Alas para volar.

Alas

Post n°25 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

Alas para volar.

Cuando no se tienen alas para volar, a veces es mejor no lanzarse al vuelo. Pero cuando ya te has lanzado, cuando ya estás en el aire, entonces tienes dos posibilidades: o vuelves atrás, o sigues volando.

Si vuelves atrás puedes darte cuenta que también el punto de partida se ha movido. Lo buscas y no lo encuentras. Antes estabas mejor. Tenías tu novia, tu trabajo, tu vida regular. Cuando ella te acariciaba la cara no necesitabas nada más para ser feliz. Pero luego te enrollaste con aquella chica morena que te volvía loca. Sus ojos verdes te hacían volar, ¿cómo puedes negarlo? Intentas olvidarla, no pensar en aquella noche cuando te acariciaba la cara buscando tu deseo. Tu novia ahora te lleva al cine, te regala flores para tu cumpleaños. Pero no es lo mismo. Te falta algo, y ella lo sabe. Te impidió llamarla, tú le prometiste que no la ibas a ver más, que había sido una historia de una noche, un polvo más en tu vida. Pero te despiertas pensando en ella, deseando tocar su cara, su cuerpo, y un día la llamas para oír su voz. “Te echo de menos”, le dices, “mogollon, mi vida”.

Buscas sus ojos por la ciudad. Te arrepientes de haberte enrollado con ella, de haber hecho sufrir a tu novia. La llamas para ir a cenar a casa de sus padres, pero estás harta de aquella vida, y lo sabes perfectamente. ¡Si vuelvo a verla, mi novia me dejará! No quiero dejar mi vida por ella, pero ¿qué vida es esta?

Has vuelto al punto de partida, tu novia es maravillosa más que nunca. Pero tú eres diferente, no puedes negarlo. Deseas despertarte y ver sus ojos que te acarician la cara, deseas… ¿y si ella ya se ha ido? La duda te vuelve loca. La llamas: “no te vayas”, le dices. Cuelgas el teléfono. Acaricias a tu novia, le compras flores, te siente culpable, programas con ella las vacaciones. “¿Nos vamos a Londres el próximo verano?”. Y te sientes mal. ¿Cómo puedes aguantar hasta el próximo verano si no sabes qué harás la próxima semana?”

Racionalizas todo. Con ella comparto mi cama, mi vida, mis sueños. Con la otra fue sólo una noche. Sin saberlo bajas a la calle a buscar sus huellas. ¿Cómo puedes olvidar tus sueños?. A esta altura tienes otra opción. Es una locura, y lo sabes. Puedes dejarlo todo y quedarte sin casa, sin trabajo, sin dinero. Puedes fortalecer tus alas y intentar volar sola. Deberías hacerlo.

Pero, ¿cómo se empieza una vida nueva?. Cuando tienes ganas una vida nueva es fantástica, pero cuando tienes miedo a perder lo que tienes, es un problema. Y te arrepientes de haber volado. A esta altura te arrepientes de todo, incluso de haber nacido. Ya no perteneces a nadie: ni a tu novia, ni a tu amante, ni a tu misma madre. Estás sola en el mundo. Coges un avión y te vas a conquistar Londres, París y Nueva York. ¿Quién podrá quitarte todo esto?

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Atardeceres.

Atardeceres

Post n°26 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

Atardeceres.

Era muy pequeño cuando pasó lo que le marcó la vida. Una puerta se abría, otra se cerraba, y unos hombres entraban y salían del cuarto de su hermana. Llegaban al atardecer, y se sentaban en la mesa con su padre. “¿Una cervecita, Paco?”.“Todavía me debes lo de ayer”. “Te pagaré a final del mes. A ver si la niña aguanta”. “Aquí no le falta nada”. “Ya veo. ¿Y el muchacho?”. “A él ni lo mires”. El niño se escondía en una esquina, apretándose fuerte las rodillas al pecho.

Esperaba que todos se fueran, para entrar al cuarto de su hermana. “Lo hago por ti, Juanito, para que vayas a la escuela, y no te falte comida”. “¡No quiero ir a la escuela!”. Quería llevársela a la playa, verla sonreír. “Fuera de aquí, maricón, ¡qué éste es un lugar para hombres!”. Lo peor de todo era la voz de su padre, que lo despertaba a noche honda, y lo separaba de ella.

Poco a poco las cosas cambiaron, su hermana vivía encerrada en el cuarto, no comía con los demás, no hablaba con nadie. Quería estar sola. “Ya tienes doce, Juanito, ya es hora”. El niño tembló. “No, papá, ¡no!”. Y entró por primera vez, como hombre, al cuarto de su hermana.

Desde entonces se sentía sucio. No quería estar con ninguna mujer que no fuera ella y, cuando estaba allí, no quería hacer lo que hacía. Quería matar a estos hombres que entraban y salían de su casa, de su cuerpo. Ahora era él el que cobraba. Su padre le había dejado el negocio.

De repente tuvo que viajar al pueblo. Una semana sin él, todo podía cambiar. “Vamonos de aquí, Lucía”. “Tengo miedo, Juanito. Vete tú si quieres. Yo ya no puedo. ”. Tocaron a la puerta. Era un atardecer de octubre, ora de visita, pero no querían ver a nadie. “Mamá, diles que no estamos”. Pero seguían allí, tocando con insistencia. “¿Qué pasa?”.

“¡Vístanse! ¡Es la policía!”. “¿La policía?”. Entonces tuvo el valor de mirarla a los ojos. Los tenía hinchados, pero parecía feliz. Llevaba años sin darle un abrazo. Se le ocurrió preguntarle: “Mamá, ¿fuiste tú, verdad?”. “No te metas con ella. Fui yo. No aguantaba más”. “¿Dónde nos llevarán?”. “No te preocupes mi niño, todo se arreglará”.

Hacía mucho que nadie lo llamaba así. Lo sentaron a una mesa, “¿Cómo te sientes, Juanito”. “Bien. No quiero que nos separen”. “Por el momento es necesario. Cuando tengas dieciocho pueden volver a encontrarse. Dime lo que veías, Juanito.“. “Hombres que entraban y salían de mi casa. Mi padre cobraba, mi hermana no quería… ¿Dónde está mi padre?”. “En la cárcel, no creo que salga pronto. Háblame de tu madre…”. “No puedo, Señora Asistente Social”. “¿Qué hacía?”. “Ella no hacía nada. ” “Dentro de poco tendrás otro hogar”. “Quisiera preguntarle algo”. “Dime”. “¿Es bueno o malo no hacer nada?”. “No sé, Juantito. Alístate que nos espera el juez”.

Un día me encontré a Juantito en el centro de Lima: “Juanito, ¿cómo estas?. “Señora Asistente Social, ¡Cuánto tiempo!”. “¿Qué haces por aquí?”. “Voy a recoger a mi hermana al Museo de Arte, es bailarina.”. “¿Y tú?”. “Ahora soy abogado, defiendo casos de violencia. “Me imagino”. “Lindo atardecer, ¿verdad Señora?”. “¿Te gusta?”. “Me gusta pasar estas horas con Lucía. Nos tomamos un café, nos damos un paseo, miramos el sol que se esconde al horizonte”. “¿Y Usted? ¿Qué hace?”. “Sigo con mi trabajo. Hay mucho qué hacer.” “Me imagino. Usted nos quitó el miedo de encima, nos abrió una puerta.”. “Fue la vida, no fui yo”. “Ahora tengo que irme, no quiero llegar tarde, Lucía me espera. Hay muchas puertas que abrir, todavía.”. “Corre, Juanito, disfruta de estos atardeceres con tu hermanita. Todas las puertas se abrirán solas, veras.”. “Solas o con alguien, en todo caso se abrirán”.

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Arbol.

Arbol

Post n°27 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

Subió sobre un árbol “desde aquí no bajo”.Y mantuvo su palabra.

Se había enamorado de una mujer que no le correspondía. Quería bajarse del árbol sólo cuando ella la hubiese buscado. Ella iba a cines, teatros, salía con sus amigas. Hablaba de poesía, arte, literatura pero no la buscaba. Y Silvia, noches tras noches, se quedaba encima del árbol. “¡Si no me busca, me quedaré aquí!

Un día la vio pasar con una de sus amigas. La llamó. La otra no le hizo caso. Hablaba de literatura: “Últimamente me chifla mucho Benedetti, no te salves, no te quedes inmóvil al borde del camino, no quieras con desgana”. “!Amore!. ¡Estoy aquí!”. “No te salves ahora ni nunca.”. “¡Amore!”. “No te salves”

Le tiró una pera desde el árbol. La golpeó en la cabeza. Claudia se cayó al suelo, Silvia bajó del árbol, recitando a Benedetti: “No te llenes de calma, no te duermas sin sueños, no te pienses sin sangre. No te salves”

La otra la miró interesada: “¿Conoces a Benedetti?.¿Has leído a Cortázar?”. “¡Lo leíamos juntas en la cama!”. ¡Qué romántico!. ¡Una mujer baja de un árbol y empieza a recitar poesías de Benedetti!”. “¿Quieres llamar una ambulancia?”. “ ¿Has leído a Elliot?”. “¡Tu amiga está perdiendo sangre!”. “¿Si te doy mi móvil, me llamas?”.

“¡Suerte que se ha caído una pera del árbol!”. “¡La pera la lancé yo!”. “¿Podemos quedar un día de estos para tomarnos un café?”. “¡Yo vivo sobre los árboles!”. “¡A mí también me encantaría!”.La gente gritaba por la calle: “¡Esta mujer no se mueve!. ¡Tenemos que llamar una ambulancia!”. “Dime, ¿has leído a Borges?. ¿Me das tu teléfono?”. “¿Llamamos la ambulancia sí o no? Yo tengo que regresar al árbol”. “¿Si subiera contigo me hablarías de Cortázar?”. “Yo si subo lanzo peras”. “Yo también, ¿qué crees?”.

“¿Y ahora qué haces?, ¿Estás loca o qué?”. “¡Le tiro otra pera para que no se despierte y vuelva a hablarme de Eliot! ¡No lo aguanto!. ¿Qué se tiene qué soportar para echarse un polvo, verdad?”.

Llegó la ambulancia, la mujer no se despertaba, Silvia decidió acompañarla hasta el hospital. “¿Tú qué haces? ¿Vienes conmigo?”. “¡No!. He quedado con una colega. ¡No quiero llegar tarde!. Vamos al Reina Sofía. Cuando se despierta dile que me he ido.

“¿No querías echarte un polvo?”. “¡Me echaré otro!. ¿Qué más da?. ¡La otra está obsesionada con el dadaísmo, pero es menos coñazo que el cubismo!. ¿Me llamas un día de estos?”.

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Amiga

Amiga

Post n°28 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

Amiga.

Me llamó un domingo por la tarde, reconocí el número: “¿Qué tal amiga?”. “¡Ana! ¡Qué sorpresa!. ¿Qué es de tu vida?”. “Acabo de regresar de un viaje, quiero verte. ¿Te apetece un café en el Haití dentro de media hora?”. “¿Es urgente?” “Necesito contarte algo”. “De acuerdo, me ducho y voy para allá”.

Llevaba tiempo sin ver a Ana, mi amiga del colegio, mi mejor amiga. Me acostaba con su marido, no tenía valor para hablarle de la pasión que llevaba dentro.¿Y si ella lo sabe y quiere que le explique?. ¿Qué hay que explicar?.

Llamé a Juan, celular apagado, maldita sea. Llegué con retraso, la vi sentada en la vereda, un cigarro, un capuchino, mirada cruzada. Quería morirme. “Linda, ¿cómo estas?”. “Carla, ¡qué gusto verte!. Si no te llamo yo no hay quien te vea, ¿eh?”. “Estoy súper ocupada. “Ya sé. Tienes una cara bien vivida. Dime: ¿en qué andas?”. “Nada, un período tranquilo… “ Bueno, te cuento. La semana pasada estuve en Iquito para ver a un cliente…”. “Dime”. “Tu amiga: la tímida, la introvertida pasó una semana de locura.”. “¡No me digas! ¿Con el cliente?”. “No sabes lo bueno que estaba, casi pierdo el avión, la cabeza y todo”. “Me alegro, amiga”. “¿Te alegras? Por fin me siento viva, llevaba tiempo sin sentirme así. Bien hiciste tú en no casarte. ¡No sabes qué rollo llevo ahora en la cabeza!”. “¿Se lo contaste a Juan?”. “¡Todavía!”. “¿Qué piensas hacer?”. “No sé, pero Juan e yo no tenemos secretos.” “¡No me digas!”. “¿Qué me aconsejas?”. “No sé, ¿cómo te sientes?”. “No me siento culpable, lo hice fuera de Lima, fue una cosa pasajera, no quiero complicarme la vida. Si tuviera algo aquí sería otra cosa, ¿te parece?“. “¿Cómo?”. “¡Aquí sería otra cosa!.¿Te pasa algo?”

No, no me pasa nada. “Me alegro por ti, de veras”. Quería desaparecer del mapa, irme a Cuzco, a Chiclayo, a donde fuera. Me estaba enganchando con su marido, me sentía una nada y una mujer feliz y satisfecha al mismo tiempo. “¿No tienes a algún amante escondido por ahí? Estos ojos me ocultan algo…”. “No, Ana, estoy sola”. “¿Estas bien? Pareces preocupada. Te invito a cenar a casa, me da gusto charlar contigo”. “Gracias, prefiero acostarme pronto”. Pero deseaba ver a Juan, preguntarle por qué no me devolvía las llamadas, si tenía a otra, y si todavía me tenía a mí.

Estaba confundida, maldito Juan. Envidiaba a su esposa, a mi amiga, por tener el derecho de despertar con él, de pedirle un cigarro, un vaso de leche, una noche de locura. “¿Te animas?”. “¿A qué?”. “Anda, vamos a casa. Si es tarde puedes quedarte en el sofá”. “¿En el sofá?”. “Sí, tengo uno grande, ¿te acuerdas?”. Claro que me acordaba, conocía cada rincón de su casa. Me sentía “adrenalínica” y culpable. “Si quieres podemos pedir a Juan que te acompañe. Démosle una sorpresa, se alegrará”. “¿Segura?”. “Hace mucho que no se ven, ¿verdad?” . Un minuto de silencio, ¿lo sabía todo o no sabía nada?. “Claro, hace mucho”. Un par de días, pensé. Una eternidad. Quería verle la cara, desafiarlo en su misma casa. Demostrarle que era capaz de todo por tenerlo a mi lado. ¿No tenían secretos?,¿era una indirecta?. ¿Y si Juan se lo había contado?. Aquel hombre era capaz de todo. Mi amiga ni hablar. ¿Amiga? Me sentía una hipócrita. ¿Ir a su casa?.¿Y si fuera una trampa?.

Sonó el celular, me puse nerviosa, lo apagué. Ana me miraba a los ojos, ¿quería darme un abrazo, una bofetada?. ¡Ojalá lo hubiera hecho!. “¿Ana?”. “¿Sí?”. “Estoy cansada, prefiero acostarme pronto”. “Amiga, para cualquier cosa cuenta conmigo”. “Gracias”. “No perdamos el contacto, ¿eh?”. Arranqué el auto y me fui a la playa. Ojalá fuera una pesadilla, pensé. Ojalá no tuviera el deseo de tocar el timbre de su casa, de darle una sorpresa, de abrazarlo en su cama. De prepararle una sopa, una manzanilla, un té con menta. Ojalá no estuviera donde estoy, mirando desde mi auto, como cada noche, la ventana de su casa, de su mundo, hasta el amanecer.

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Seduccion

Ella

Post n°29 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67
Seducción.

Te miraba mientras te pintabas los labios, te arreglabas las cejas, acariciabas tu pelo suelto encima del hombro. Te ponías las medias y entonces mis ojos se perdían en tus piernas mientras nuestras miradas se cruzaban cómplices. Empezábamos a charlar de literatura mientras nuestros labios se acercaban, se alejaban; nos tumbábamos en el suelo con mi lengua que bajaba a buscar tu cuerpo, y te mordía fuerte perdiéndome en tu deseo.

Te arreglabas, volvías a pintarte los labios, a mirarte al espejo. Un encuentro, un paseo, una conferencia. Nos vemos luego, ¿vale? Me dejabas con las bragas mojadas, las velas encendidas, y una cara de idiota que me acompañaba durante todo el día.

Una tarde te vi por la calle. Estabas tomándote un café en una terraza con unos amigos. Me acerqué, te besé en los labios, seguiste como si nada, charlando, seduciendo, jugando incluso con mi deseo. Cruzabas las piernas, la gente me miraba, te sonreía. ¿Era ésta la complicidad qué buscabas, piba?

Me fui a dar un paseo, no quería verte así. Saliste a buscarme. “Te echo de menos”, me dijiste, “quédate conmigo”. Se te bajó el rímel por la cara, estabas guapa más que nunca, te acaricié los ojos, me cogiste da la mano, “vayámonos a casa, quedémonos un rato a solas, quisiera entrarte, sentirte…”. Tu sonrisa buscaba la pasión que alimentabas cuando te sentías perdida en mi deseo. “Me apetece estar un rato sola”, te dije. Me besaste, volviste a sentarte con tus amigos, me miraste desde lejos.

En casa me puse a leer, a escribir, y eso te molestó. Empezaste a seducirme, intenté resistirte, “déjame acabar”, te dije, te pusiste seria. Era lo que quería porque luego, insegura más que nunca, tirabas como Dios manda. ¿Era pasión, miedo o ganas de estar conmigo? Volví a acordarme de la terraza, tragando tus café, cruzando tus piernas, sonriendo y seduciendo incluso a quien pedía informaciones por la calle.

Me tiré sobre ti, te arranqué el calzón, las medias, te toqué el culo, te busqué con los labios. No te dije nada, ni te quiero, ni nada por el estilo. Te odiaba, deseaba y quería al mismo tiempo. Tiramos como locas. ¿Era lo que querías, verdad?

Luego te acompañé al aeropuerto. Aquel día no te pusiste el rimel ni te arreglaste el pelo, y en el metro no intentaste ligar con nadie. Algo es algo. “Te echaré de menos”, me dijiste. “Hoy no te has puesto las medias”, comenté. “Lo has notado, ¿verdad mi amor? Es que hoy quería sentirme libre”. “¿No eran las medias las que te hacían libre?”. Volviste a buscar mis labios entre la gente que ya a esta altura no se perdía una palabra de nuestra conversación.

Intentaste llamarme, escribirme, pero ya no te salía nada. Fue más fácil desaparecer del mapa, como si nada hubiese pasado ni hubiese nunca ocurrido…

Meses después volví a verte entre la gente. Te despediste de tus amigos y estuvimos un rato a solas. No te dije lo guapa que estabas, y sí que estabas muy guapa. Te abrasé, nos despedimos como siempre. Volviste a tu mundo y yo al mío, pero aquel día sentí que nuestros mundos se tocaron. Por unos maravillosos, inolvidables segundos que a mí parecieron eternos. ¿Y a vos, piba?

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Junto a ella.

Junto a ella.

Post n°30 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

Se sentó en la cama junto a ella.

quería deslizar su mano debajo de las sábanas, desabrocharle el camisón, recurrir su cuerpo con las yemas de los dedos, despacio, para que no despertara, estaba preciosa mientras dormía sin sospechar su presencia, sus pantorrillas arrancaban espacio entre colchón y sábanas, quería posar la lengua entre sus nalgas, despacio, para que no se asustara, una noche de juerga, estaba preciosa la señora, le había dicho que la despertara a las ocho, tenía una cita con la sobrina del embajador o algo por el estilo, un jugo de naranja y una tónica después de la ducha, y con mucho hielo, servida en su cuarto.

Pero no quería que despertara ni que se fuera con la embajadora esa, quería ponerse en la cama junto a ella, contarle de las noches que esperaba despierta su regreso a casa; cuando llegaba con su mercedes, y veía el chofer que la acompañaba hasta su cuarto, mientras ella miraba sus pasos desde el cierre de la puerta. La señora subía la escalera, despacio, le hubiera gustado tocarla despacio, le quedaba preciosa la falda roja con manchas negras, vislumbraba sus piernas, hermosas piernas blancas levemente bronceadas que ahora podía alcanzar con sus manos, pero no se atrevía, la señora podía despertar, pedirle la tónica antes de la ducha, bostezó y se movió, abrazó la almohada, se moría para tocar aquellos párpados a punto de abrirse a la luz del sol.

La Señora se estiró, abrió las piernas, por Dios no lo hagas, luego se fregó los ojos y susurró: “Ya son las ocho, ¿verdad Cecilia?”, “le he traído el desayuno, señora. Tostada con mantequilla y jugo de naranja.” El mechón rubio le cubrió la cara; Cecilia se fijó en sus dedos delgados, en sus uñas pintadas, en su cuerpo serrano. “Pásame el albornoz Cecilia, que me doy una ducha”. “¿Almuerza en casa, señora?”. “No, Cecilia, tengo tarde de golf.”. Otra tarde sin ella. ¿No podía jugar al golf en el jardín de su casa? Le encantaba verla desde la ventanilla del salón mientras le preparaba el almuerzo. ¿Qué razón tenía para irse hasta el club?

II.

El chofer estaba listo para acompañar a la señora hasta la casa de la sobrina del embajador. Había limpiado el Mercedes dejándolo luciente, como nuevo. Le abrió la puerta. La señora se estiró las piernas y entró a su carro. Preciosa. La señora estaba preciosa. Carlos apagó la radio. A la señora no le gustaban las noticias. “Ponme un poco de clásica, por favor”. Carlos sintonizó en radio Chopén. La señora bajó la ventanilla de su carro y disfrutó del viento que le mojaba la cara. “Mucho calor en Lima este verano, ¿verdad Carlos?” “Sí, señora”. “Esta noche hay una fiesta en casa del arquitecto Rodrigo…” “Hay toque de queda, señora”. “Sabes que tengo pase, Carlos.” “Sí, señora.”

Carlos no soportaba ver borracha a su señora. No le gustaba acompañarla hasta su curto cuando ella regresaba a casa feliz como si nada, cantando canciones a voz en cuello desde su carro, mientras la gente esperaba, miedosa, el fin de la dictadura. Durante la noche los militares paraban su carro en cada esquina, él enseñaba su pase, la señora tragaba su whisky, pero Carlos se fijaba en aquellos jóvenes manchados de sangre al lado de los tanques, la señora adoraba la clásica. “En Miraflores, Carlos, esquina con malecón 28 de julio”. “Sí, señora”. “Ven a recogerme a las ocho, tienes tarde libres”. “Gracias, señora”.

III.

Cuando Carlos tenía tardes libres iba a ver a su familia que vivía en una barraca en las afueras de Lima. A las cuatro de la tarde cortaban el agua, la luz eléctrica no llegaba hasta el cuarto en el que Carlos había nacido. Carlos se quejaba con su madre por la falta de luz eléctrica en casa. “No la necesito, hijo. Tu padre baja a ver el partido al bar, se bebe sus cervecitas y cuando vuelve a casa me encuentra dormida y se pone tranquilito en la cama”. “De acuerdo, madre, pero la luz es necesaria…” “Un gasto más, hijo”. Carlos pensaba en su departamento lleno de luces en la residencia de la señora. A veces se quedaba leyendo novelas hasta noche honda. De pequeño quería ser escritor, ahora el consuelo de libros escritos por manos de otros. No soportaba la idea que su mamá no tuviese luz. Ni agua, ni teléfono, ni lavadora, pero su mamá le daba besos cuando lo veía llegar con su mercedes nueva. “Es de la señora, mamá”. “Te queda muy bonito el traje, hijo, pareces un señor. “Soy un chofer, mamá”.

Luego pasaba a ver a su papá y lo encontraba, como siempre, sentado con otros hombres a tragar cerveza. “Ven aquí, hombre, una cerveza pa’ mi hijo”. Ahora bebía y se acostaba. Cuando era joven volvía a casa borracho y pegaba a su mamá. Carlos despertaba por la noche y salía a protegerla. “Maricón”, le gritaba su papá, porque a Carlos le gustaban demasiado los libros para ser un hombre con huevos bien puestos. “Maricón, lo saben todos que sigues atado a la falda de tu mamá”. “No la toques, papá, ¡ponte en la cama y duérmete de una puta vez!”

Ahora tragaba cerveza con su papá. Era viejo, el hombre, ya no molestaba más pero a veces Carlos lo odiaba, como cuando era niño y le decía maricón para joderle la vida.

Carlos no era maricón. Nunca se había acostado con un hombre, ni había deseado hacerlo, pero las mujeres le daban miedo, eso sí. Las respetaba, demasiados libros en la cabeza, su padre tenía razón. A las mujeres les gustaban los hombres fuertes y él era sensible, indefenso, encima pobre. No tenía plata ni para invitarlas a un cine. ¿Para qué quieres ir al cine con una chica? Le preguntaba su padre. Pero él pegaba a su mamá. Y eso, a Carlos, no le gustaba.

Pensaba en eso cuando se alejó de su barrio para dirigirse hasta Miraflores donde lo esperaba su señora. Se identificó en la entrada de la casa y entró con su carro. La señora se le acercó sonriente: “una tarde estupenda, Carlos, le he ganado cuatro a uno al hijo de la sobrina del embajador.” “Estupendo, señora”. “Te gusta el golf, Carlos?” “Prefiero el football, señora” “Veinte dos hombres luchando para una sola pelota. Un día te vienes conmigo a un partido de golf…” “No me gusta recoger pelotas, señora…” “No tienes que hacerlo, te quedas allí mirando. ¿No te aburres parado en el carro todo el día?”. “Aprovecho para leer y escuchar noticias, señora” “Son tan aburridas. Siempre hay huelgas y violencias y terroristas que atracan a bancos o ponen bombas en las calles donde niños inocentes…” “Sí, señora”. “Aquí en el malecón, Carlos, a la derecha…” “Conozco la calle, señora…”. “¿Quieres subir un rato a la fiesta?” “Prefiero esperarla fuera, señora.”

IV.

Carlos se paró fuera a esperarla. Oía la música y veía hombres y mujeres con ropa bien puesta que salían a tomarse copas en la terraza. A las doce y cuarenta la señora abrió la puerta de su mercedes y entró en su carro. A Carlos casi le da un susto: estaba medio dormido. “Vámonos a casa, Carlos, ya estoy harta de fiesta y de cócteles”. En la avenida Arequipa el primer bloque policial. Carlos vio a un chico sentado en el suelo. Atado manos y pies, con la sangre que le colaba de la sien, miraba a Carlos y a la señora esperando fueran periodistas o por lo menos buena gente. Carlos no podía decir nada: era sólo un chofer. La señora miró hacia el chico, le salió una mueca entre el miedo, la compasión y el deseo de encontrarse en otro lugar. “Listo”, dijeron los del ejercito, “que tenga un buen viaje, señora”. La señora no contestó. Tragó un poco de whisky, demasiada clásica en la cabeza. Carlos conducía en silencio. “¿Era un terrorista, verdad Carlos?” Rompió la señora. “Tal vez un simple estudiante, señora”. “¿Por qué protestan tanto, Carlos?” “Hay quien no tiene un pase como el suyo, señora, y le apetece igual que a Usted disfrutar de las noches de Lima.”. “Es que no hay orden en esta ciudad…” “Usted, señora, habla mucho de Europa, pero ¿sabes qué pasa en estos momentos en las universidades de París mientras aquí estamos en plena dictadura militar?” “Allí la gente está más acostumbrada a la libertad, Carlos.” “Puede ser, señora”. Y pensó en el chico sentado al lado del tanque… “Ponme un poco de música, ¡anda!” “Está prohibido, señora. Dentro de nada llegamos a su casa. Allí puede hacer todo lo que desea, señora” “Allí me siento presa”. “¿Qué dice, señora? Usted tiene una casa bien bonita…” “Perdóname, Carlos, es que estoy un poco borracha y la ciudad vacía me da miedo…”

V.

Cecilia los esperaba desde la tarde. Había estado mirando desde la ventana a cada rato. A ver cuando llega la mercedes con la señora adentro. No tenía vergüenza de su pasión hacia la señora. Se sentía libre, acababa de regresar de Europa, había vivido en París varios años y allí había descubierto su amor hacia las mujeres. Los chicos le parecían fríos, no ligaba con ellos. En cambio las francesas le parecían hermosas, dulces, interesante, mujeres con estilo, vaya. Trabajaba en una pastelería del centro y había descubierto que la dueña era lesbiana y vivía con su pareja. Al principio la cosa le pareció rara pero poco a poco se fue acostumbrando y hasta llegó a gustarle la relación entre mujeres.

Cuando iba a fiestas privadas veía a las mujeres que se acariciaban los hombros, las espaldas, le parecía erótico el ambiente que se creaba. Un día se dio cuenta que Elena, la morena, le gustaba un montón. Entraba todo los días en la pastelería a comerse su bollo y su café con leche. Sabía que era lesbiana, era una de las íntimas de las dueñas. Cecilia era joven, no tenía prejuicios. Pero se descubrió esperándola cada mañana, necesitaba su sonrisa, y un día incluso le preguntó su nombre y otras cosas más.

La volvió a ver a una fiesta, y sí que ya eran casi amigas. La vio mientras charlaba con una rubia, no le quitó los ojos de encima, quería que la mirara, que le dijera algo, pero Elena ni la veía, ni se acercaba, nada. Cecilia la miraba de reojo, a ver si alguien se da cuenta y me toma por pervertida. Bueno, en un ambiente así todo era normal, pero ella controlaba su deseo, o por lo menos esto intentaba. Cuando de repente se da la vuelta y ve a Elena besándose con la rubia. No sabe lo que le pasó: miedo, envidia, celo, ni se lo preguntó.

Tuvo ganas de huir, de volver a su casa, de ordenar sus ideas. Cogió sus cosas y se dirigió hasta la puerta donde encontró la mirada de sus amigas. “¿Ya te vas?” “Lamento, no estoy bien” y se sonrojó como a una niña. Por las calles de París se sintió perdida. Quería abrazar a Elena, quería darle un beso, pasear con ella, quería no haber visto lo que vio. Esperaba solo que sus amigas no se hubiesen dado cuenta de nada. Pero las mujeres son listas y se habían enterado de todo.

Elena no había vuelto a la pastelería, y esto la molestaba. “¿Se habrá enterado de algo? ¿Tendrá otras cosas qué hacer, está pasando de mí?” Preguntó por ella y volvió a sonrojarse. “¿Te pasa algo mi amor?” “Pienso que me guste Elena” comentó de repente. “¡Ésta sí que es una noticia!! ¡Brindemos, mujer!!”. “¡Pero no sé qué hacer!!” “Que seas natural cuando la veas. ¡Nada más, corazón!!” Y fue así que poco a poco Cecilia entró de lleno en este mundo que ella misma no sabía ni como definir. Años después, cuando ya era una veterana del ambiente, decidió volver a Lima, a casa de su abuela. Estaba mal, la pobre, y consiguió a Cecilia un trabajo como camarera en la casa de una señora muy distinta, de un barrio alto de la ciudad.

Tenía veintiocho años Cecilia, necesitaba un cambio en su vida, París se estaba volviendo loca en aquel mayo del ’68, muchas mujeres, muchas historias en la cabeza. Lima una temporada no le vendría mal. Pensaba en esto cuando vio el carro de la señora que entraba por el jardín de su casa. Está loca la tipa, pensaba, ir dando vueltas por Lima a estas horas de la madrugada. Pero era justo esto lo que le gustaba de ella: su vida bohemia en una Lima en plena dictadura militar.

VI.

Lo primero que vio fueron sus piernas blancas que bajaban del carro, sus pies borrachos que deslizaban en el suelo. Otra noche de yerga, pensó Cecilia. Bajó a buscarla emocionadísima. Quería abrazarla, llevarla a su cama. “¿Desea algo, señora?”. Un baño caliente y una copa antes de acostarme. “Le preparo la copa, señora.” No le gustaba que tomara copas sin parar, pero esto quería decir que la iba a ver un rato más, cuando su cuerpo perfumado salía del baño, cuando se quitaba el albornoz y se ponía el camisón. Lo hacía de espalda pero Cecilia vislumbraba sus piernas ligeramente mojadas, el sostén pegado a los hombros más hermosos que hubiese visto nunca, intentaba decir algo pero la voz no le salía, un comentario, una noticia, ¿qué podía interesarle a la señora?”. “Gracias, Cecilia, mañana no me despiertes. Dormiré hasta tarde”. “De acuerdo, señora”. Y serraba despacio la puerta lanzando una última mirada al cuarto de su deseo, luego a su cama, abrazando la almohada como si fuera ella.

“Tengo que hacer algo” pensó Cecilia, “por lo menos que se quede conmigo a charlar un rato antes de acostarse, que seamos amigas, que le cuente mis cosas, que comparta las suyas.” La señora había viajado a París pero nunca le preguntaba nada sobre su vida en París. Hablaba París como si hubiera nacido allá. Para Cecilia París eran los labios de Elena que un día había conseguido tocar, eran sus paseos en el barrio latino, sus tostadas, sus cafés con leche.

Y luego en la cama con ella leyendo a Cortazar: ”Toco tu boca, con el dedo toco el borde de tu boca…”. Vaya cosas hermosas que se podían escribir.

“¿Por qué le gusta tanto París, señora?”

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Las tres.

Las tres

Post n°31 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

El día de mi cumpleaños llegué a una fiesta de tías. Bailé con amigas, desconocidas, eché un vistazo a mí alrededor. Vi a Julia que me buscaba con los ojos, bailamos juntas, empezó a tocarme la cara, las manos, las piernas, “no es que tu novia”, “feliz cumpleaños, querida”, y me besó en los labios. Empezó a mirarme, a sonreírme, cada vez que me daba la vuelta, cruzaba sus ojos. “¿Te gusta alguien?” “Todavía no lo sé, acabo de llegar, Julia.” “Estás con alg..?” “Me gustas tú.” Me cogió por detrás, empezó a bailar conmigo, me besó el cuello, cerré los ojos, me sentí mojada, no puede ser, eso no puede ser… me alejé de ella, me puse a bailar sola, luego volví a buscarla entre la gente y la vi… acompáñame al servicio, me dijo. Me cogió de la mano, me llevó con ella. No sabía que decirle, empezamos a besarnos, a tocarnos. Me perdí en ella.

Su novia salió del servicio y se quedó mirándonos,¡jolín, ahora me mata!, pensé, pero no me mató, cerró la puerta, sus lenguas entraron en mi boca, bajaron a buscar mi pecho, su boca, mi lengua, su pecho, cerré los ojos, su novia se fue, “nos vemos luego”, nos dijo, la cogí fuerte, “quisiera…” “ahora no, tal vez luego, ¿vale?”…

Me llevaron a una habitación, me tumbé boca abajo, empezaron con un masaje, una por los pies, la otra por la espalda, sentía sus manos, y las de Julia, que subían y bajaban por mi espalda, mis piernas, mi culo, sus manos, su boca, la reconocía, ¡era ella! Y luego no, no era ella, más fuerte, y ya no era ella, más despacio, y volvía a sonreírme ella. Sus manos, eran sus manos. Le apretaba el cuello, la besaba, bajaba a buscarme, jolín que lío. Eran sus manos. Feliz cumpleaños, querida. Era ella.

La encontré en la playa, sentada sobre una roca, mirando las olas del mar, me sonrió, me cogió de la mano, acaricié su pelo, sus labios, me encendí un pitillo. No sabía como había llegado hasta allí, a buscar mi deseo mezclado al suyo, a la orilla del mar. Se soltó el pelo, me sonrió. Sus ojos verdes me volvían loca. Me puse detrás de ella y miramos juntas los barcos que se perdían en el horizonte, apreté su cuerpo contra el mío, busqué sus labios. “No quiero que te vayas”, me dijo. “No aguanto las despedidas”. “No hablemos de eso”. Busqué su lengua y le lamí el cuello, le toqué el pecho, le acaricié el pelo. “He pensado en ti toda la tarde”, le dije, “estaba volviéndome loca, quisiera…”

Me puse encima de ella. Mi lengua entró en su boca, fuerte, siempre más fuerte. “Fóllame despacio”. Julia empezó a llorar. ¿”¿Qué te pasa?” Nada. “Fóllame fuerte, lo más fuerte que puedas”. Entonces le entré despacio, acaricié su piel, le quité los vaqueros, le mordí los labios. “Me vuelve loca estar contigo”, le dije. Mi lengua bajó a buscar su pecho, sus pezones se me hicieron duros en la boca. La toqué por debajo. Se le habían mojado hasta los vaqueros. “Átame aquí”, me dijo, “sobre esta roca, y vuélveme a buscar cada vez que lo desees. Quisiera comerte despacio, fuerte y despacio, despacio y fuerte hasta que te canses”. “No me cansaré nunca, no sabes cuánto…”, “no me digas eso”. “Te echaré de menos. No quiero que te vayas. Tócame despacio, quisiera sentir el ritmo de las olas del mar en tu cuerpo”. Le lamí el cuello, la espalda, los hombros. “Me cogió la cara, busca todas las olas de todos los mares del mundo”, me dijo, “y quédate conmigo”.

La abracé fuerte. Nos quedamos en silencio por lo menos durante un par de horas, a la orilla del mar, después vino su novia a buscarnos. “Hola, chicas, ¿qué tal?”.

La de Julia era una “relación abierta”, yo era una de sus amantes, y la amante de su novia a la vez. Lola empezó a tocarme. “No ahora no”, le dije, “ahora no puedo”, ella siguió acariciándome, sabía que pasaba algo, había demasiado silencio entre nosotras. Empecé a excitarme, no pude evitarlo, me quitó los vaqueros, mojada, ¡estaba otra vez mojada! Julia me miraba paralizada, quería y no quería verme así, se sentía culpable. También su novia tenía derecho a un polvo con su amante. Un polvo conmigo, un polvo con ella, al fin y al cabo era sólo un polvo lo que se estaban echando conmigo. Nada más, nada menos.

Julia buscó mi cuerpo, empezó a acariciarme despacio, luego siguió fuerte, siempre más fuerte, su novia no tenía que enterarse de nada, los ritmos lentos son peligrosos, me decía, me mordió los labios, “joder, tía, ¡me haces daño!”, “Es lo que quiero”, luego me quitó su novia de encima y me entró fuerte, “te quiero”, me dijo, “despacio, te quiero despacio”, me sonrió, “te echaré de menos, no sabes cuanto”, le sonreí, paremos todo esto, me hubiera gustado decirle, y vámonos a otro lugar, su novia empezó a comerme, sentía mi placer, el suyo, y los ojos de Julia que me explotaban en la cabeza. Era sólo un polvo, pensé. Un polvo en la playa, un polvo en el mar, un polvo es un polvo. “¿Te gusta?” “Me gustas tú. Estoy volviéndome loca, quisiera…” su novia empezó a comérsela, Julia no podía más y me buscaba con los ojos, con los labios. Me gustan tus labios, me dijo. Su novia tenía un ritmo demasiado rápido para nosotras. “Fóllame, Julia, fóllame”, le dijo.

Y Julia se la folló. Yo la miraba. Y Julia se la folló. Parecía una película. Me puse encima de ella y la cogí por detrás, “despacio”, me dijo, le entré fuerte, era sólo un polvo, seguía comiéndose a su novia, yo le entré fuerte, luego despacio, luego miré el mar, las olas del mar, “te quiero, te echaré de menos”, le dije. Su novia volvió a buscarme. Mi cuerpo explotaba entre sus manos.

Por la noche nos fuimos a una fiesta de ambiente. “Chicas”, les dije, “si me llevo a una tía a casa no es que os molesta?” Crucé la mirada de Julia. “¿Una tía? ¿Que tía?” “No sé Julia, una tía…”, “claro que sí, me dijo su novia, para nosotras no hay problemas…” bailando cruzaba la mirada de Julia. “Una tía, ¿qué tía?” “No sé, era de broma Julia,” “no bromees con eso, ¿vale? …”

Por la noche vino a buscarme. Acarició mi pelo, mi espalda, luego entró en mi cuerpo buscando mi deseo. “Te echaré de menos”, me dijo, me cogió la cabeza con las manos, me miró a los ojos. “Quisiera algo tuyo, me dijo, algo que lleve tu olor, tu sabor, tu deseo”.

¿Qué te pasa, tía,? Me dijo una amiga una semana después: no comes, no hablas, no sales…”, “nada…” “¿cómo qué nada? Ya te veo: te has puesto en un lío, ¿verdad? …”, “Es que la echo de menos…” “ya se te veía con la cabeza en las nubes…¿qué tengo qué hacer?…” “Nada, corazón, olvidarla y punto. Mejor así: cada una en su sitio. Le diste todo lo que le pudiste dar. No tires demasiado la cuerda si no luego no te aguanta ni Dios”.

“Tienes razón, las cuerdas son delicadas. Me acuerdo de lo me dijo Julia una noche, tumbada sobre un césped, acariciando mi pelo… “¿Y eso qué pinta ahora? Nada, no pinta nada, es que la echo de menos…”

“Bueno corazón, no rompas esta cuerda, ¿vale?”

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Noche

la noche

Post n°32 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

Despertó a las seis de la tarde, cansada y medio deprimida, no tenía ganas de pasar una noche de juerga con sus amigos, regresar borracha a las seis de la mañana fingiendo haber vivido uno de los mejores día de su vida, y eso si le iba bien, porque seguro que Juan le propondría dar una vuelta en carro hasta el amanecer. Final de año, de siglo y de milenio, todo el mundo estaba excitado, excepto ella.

Volteó en sus sábanas, las seis y quince, bostezó, prendió la luz y deambuló hasta la cocina. Necesitaba un café, una ducha y un par de pitillos para despertarse del todo. Prendió la radio y empezó a bailar, quería quedarse toda la noche allí, mirándose al espejo, para no pensar en nada, a las ocho iban a recogerla, tenía todavía un par de horas libres.

Cruzó las piernas y tragó el café, el humo del cigarro inundaba el cuarto, podía todavía cambiar algo en su vida. Inventar una excusa no era el caso, Juan se hubiera enfadado y estaría de hocicos durante un par de meses, tenía que casarse con este hombre, pasar con él el resto de su vida. Levantó el volumen del equipo, más pitillos y más café, una vida nueva por delante.

Quince para las siente y todavía no se había duchado ni arreglado, tenía miedo de quedarse sola, en el fondo Juan le arreglaba la vida, era una hipócrita, estaba con un hombre que no quería. Se miró al espejo. Hace años era capaz de viajar por el mundo sola y ahora no se atrevía a pasar un fin sin las llamada de Juan. La siente y quince, apaga el cigarro y entra en la ducha.

Alguien toca el timbre, sale mojada y se asombra a la ventana. Ve a una mujer bien vestida, zapatos rojos, collar de perlas, intenta llamarla pero la mujer no la oye, se acerca al timbre, le abre el portal y la deja subir. Siente el ruido de sus pasos por la escalera, un cuarto para las ocho, tiene que vestirse y no le sobra tiempo.

“Esta Luisa en casa?” pregunta la mujer. “Aquí no hay ninguna Luisa, aquí vivo yo, compré esta casa hace un par de años”. “Lamento molestarla aquí vivía una tal Luisa hace unos años, la perdí di vista y quería darle una sorpresa. Disturbe la molestia y justo un día como esto. Tiene que estar ocupada, imagino”. “la verdad sí, pero si me espera un momento me arreglo y nos tomamos algo juntas, ¿qué le parece?” “Yo encantada, no tengo ningún plan para esta noche”.

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Baile.

baile

Post n°33 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

El baile:

Despertó a las seis de la tarde, volteó en sus sábanas, le daba pereza salir de la cama pero había quedado con sus amigos para la gran fiesta de fin de año. No tenía ganas de pasar toda la noche tomando copas y bailando, fingiendo estar mejor de lo que se sentía. Quería quedarse en la cama, leer un libro, no pensar en su vida.

Los balances nunca le habían cuadrado. Se acordó de una canción de Ornella Vanoni que escuchaba en un carro viajando por el sur de Italia, “mañana es otro día”, en aquel entonces era feliz, miraba las torres sarracenas, la belleza del paisaje, una foto a Santa María de Leuca, en el punto que marca el encuentro entre el Adriático y el Tirreno, frente a Grecia y la Albania, encima de África.

Allí estaba, paseando por las blancas callejuelas de Otranto y de Gallipoli, una fiesta popular, las mujeres enloquecidas con el baile de la tarántula, quería quedarse con ellas, mover su cuerpo hasta desmayarse, sentirse una salvaje, bailar, amar y reírse hasta perder la noción del tiempo y del espacio.

Pero tenía que regresar a su mundo, esto lo sabía, ponme la Vanoni anda, mañana cuadraré mis cuentas.

Había cogido un avión y había regresado a su vida de siempre, su plata, sus amigos, su trabajo en la universidad. Esto le daba equilibrio, no podía negarlo. Una linda casa en el centro de Madrid, unas copas el domingo al rastro, unas noches locas en el barrio de Chueca.

Miró el reloj: casi las siete y todavía no tenía ganas de salir de su cama. Prendió un pitillo, miró el techo, se sentía bien, ¿cómo negarlo?, Pensaba viajar a las Maldivas durante las próximas vacaciones, todo organizado, of course, el horario de salida y de llegada, las excursiones en la playa, las noches en las discos de ambiente.

Tal vez tanta felicidad le daba miedo, la vida pasa factura, si no tienes lo que deseas te sientes vacía. Siete y veinte, segundo pitillo y ninguna ganas de levantarse.

Hacía un siglo que no le escribía, no sabía nada de ella, donde estaba, como vivía, una despedida solícita al aeropuerto de Roma, miedo, deseo y ganas de no volver atrás. Pero ahora que estaba donde estaba extrañaba el agua cristalina del mar de Gallipoli.

Un cuarto para las ocho, ojeó uno de sus cajones tirado al suelo: su tesis doctoral, los deplians de las Maldivas, una invitación para una charla a Granada; todo excepto lo que más le importaba.

Cogió el teléfono y marcó un número, ¿qué estaba buscando con aquella llamada? No lo sabía ni le importaba saberlo. Oyó una voz y colgó. “¿Pronto?”, un día este pronto la hubiera hecho volar, ahora no sabía donde ponerlo en su vida. ¿Qué le acordaba aquella voz? No quiso averiguarlo.

Entró en la ducha y se miró al espejo. Una crema para las arrugas, otra para el pelo, esmalte para uñas. “¿Pronto?” ¿Qué hubiera sido de su vida si no hubiera cogido aquel avión? Las nueve y vente, un par de zapatillas y a bajar a buscar a su gente.

Una llamada para confirmar su llegada y unos vente minutos libres para pasear por Madrid. Se acercó al barrio de Lavapies, un barrio pobre, lleno de inmigrantes, casi le daba miedo entrar allí. Aquello había sido su barrio, había pasado allí las mejores tardes de su vida. La filmoteca de Santa Isabel, La terrazas de Argumosa, un portal lleno de sueños en la calle Cabeza.

Las cuentas empezaban a cuadrarle con unas arrugas más y unos sueños menos. Cogió un taxi y se dirigió al barrio de Chueca. Madrid repleta de gente, vente para las doce, iba a llegar tarde y poco le importaba. En Buenos Aires eran las tres de la tarde,¿qué estará haciendo? todavía a tiempo para volver a llamarla. ¿y para decirle qué? Habían cambiado tantas cosas desde entonces, deseaba verla y al mismo tiempo necesitaba huir de su mirada. Mejor quedarse con el recuerdo.

Volteó y miró el reloj. Eran casi las nueve y todavía seguía en su cama. Había soñado algo raro, estaba turbada y no sabía explicarse el por qué.

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Dìa de sol.

Dìa de sol

Post n°34 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

Hoy es un día de sol

Abres la puerta de mi alma. Me sonríes. Te esperaba. Sabía que volverías a buscarme. No podías haberte ido. No podías. Te acercas a mí. No dices ni una palabra. No hace falta decir nada. Me quitas los vaqueros. Me tumbo en la cama. Siento tus dedos sobre mi cuerpo. Te paras un momento a contemplar mi cuerpo. Me acaricias. Vuelves a sonreírme. Te esperaba. No hace falta que digas nada. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez? Ya no me acuerdo. Y no me importa. Has vuelto a buscarme. Me acaricias la espalda. Tu cuerpo se acerca al mío. Te deseo. Pensaba que te habías ido.¿ Pero dónde, dónde, tesoro mío?.

Tu lengua me acaricia el cuello. Te siento, te reconozco. Sé que eres tú. Tus dedos se acercan a mis labios. Quisiera cogerte fuerte y follarte locamente pero espero, nuestro ritmo ahora es diferente. Tu boca acaricia mi cuerpo, tu lengua busca el placer en mis ojos, fuerte, siempre más fuerte. Siento toda la pasión que llevas dentro. Me coges fuerte. Sabes que me encanta que me cojas fuerte. Tus manos bajan a buscarme. Me tocas el culo. Me sonríes. Me encanta tu sonrisa. Te pones en cima de mí. No dices ni una palabra. Te esperaba… esperaba que un día abrieras la puerta de mi casa, de mi alma, y me cogiera come te daba la gana. Tus labios se acercan a los míos. Tu lengua busca la mía en mi boca, en tu boca, y te cojo el culo con las manos y fuerte, siempre más fuerte, lo acerco a mi cuerpo y fuerte, siempre más fuerte te sonrío, te cojo la cara con las manos y te acerco a mi sexo, luego quiero que suba hasta mi alma, quisiera ver tus ojos, acariciar tu sonrisa.

Te esperaba. Sabía que tenías que volver. No podía soportar la idea que podías vivir sin mí. Tu lengua busca mi cuerpo. No te pido con cuántas mujeres has follado. No me importa. No me pides nada de nada. No importa. No hablamos. Te siento dentro. Me quitas las bragas. Me sonríes. Siento tu lengua entre mis piernas. Siento que me buscas. Puedo contemplar el ritmo de nuestros cuerpos.

Tiene un sentido pensar de haberte encontrado en Madrid. Tiene un sentido pensar a mis viajes en autostop, y en el blanco candor de las calles del sur del mundo. Pienso en las playas de mi pueblo que tanto te gustaban. En tu cuerpo dentro el mar. Dentro mi mar. Dentro mi cuerpo.

Te cojo el pelo con las manos. Te acaricio. Te adoro. Te siento dentro. Tus dedos entran a buscarme. Abro mis piernas y te acercas a mí para sentir mi deseo. ¿lo sientes? ni te lo pregunto. Ni te hablo. Sólo quiero sonreírte. ¿Cuánto tiempo te he esperado? ¿Cuántos pitillos me he fumado? ¿Dónde estabas, dónde te habías ido? Te buscaba en Chueca y no encontraba tu sonrisa, no la encontraba… ¿cómo habría podido encontrarla?

Me coges fuertes. Tus dedos entran rítmicamente en mi cuerpo. “Susulto” de placer. Quisiera llorar. Luego tu lengua vuelve a buscarme con un ritmo más lento. Te gusta mi cuerpo? Siento tus lagrimas sobre mi cara. Siento tu deseo, tu lengua en mi boca. Te cojo el pelo, fuerte, siempre más fuerte. No hace falta pedirte que no te vayas. No hace falta decirte que te he echado de menos. No hace falta decirte que ningún cuerpo podrá darme tu cuerpo, ninguna sonrisa tu sonrisa. Abro las piernas. Siento tu cara entre mis piernas. Has vuelto. Te tumbo en mi cama. Boca abajo. Entro con mis dedos en tu cuerpo. Siento tu placer. Te voy a llevar a todas las playas de todos los pueblos del mundo, te voy a llevar conmigo a donde sea. Has vuelto. Mi lengua busca tu espalda, baja a buscar tu culo. Mis dedos están en tu boca. La otra mano baja a buscarte. Siento tu cuerpo. Bajo. Ahora bajo con mi lengua a buscarte donde sólo tus susurros me dicen porqué has venido. ¿Por qué has venido? No me importa. Sólo sé que has venido. Lloro de placer.

Estás conmigo. Has vuelto y estás conmigo. No quiero decirte cuanto te quiero. No sé como decirte que te quiero. Te cojo fuerte, siempre más fuerte. Quisiera atarte a mí. Quisiera despertarme cada día, cada mañana con tu sonrisa. Y quiero que seas libre. También libre de irte sin decirme nada. En silencio. Como has venido. Y abro la puerta de mi alma por que tu pueda salir. Pero no quiero que salgas. Quiero que te quedes conmigo. ¿Tengo lo que buscas? ¿Tengo lo que te hace feliz? Te muerdo la espalda. Te quiero. Dios sólo sabe cuánto te quiero. Y bajo por las calles. Y pinto las paredes. Y me lleno de ti. Y te hablo de economía. Y me hablas de política. Y soñamos la eterna Argentina. Ciao piba, come va? ¿Ti ricordi de la última vez que nos hemos reído juntas? ¿Te acuerdas de mí? Te enciendes un pitillo. No hablamos. Quieres que sea así. Quiero que sea así. Vivías a tres calles de mi casa. Me llamabas cada vez que te pasaba algo. Me llamabas para verme, para decirme que era un día de sol y querías que lo supiera. Me llamabas para sonreír conmigo, principessa.

Preparo mi mochila y voy a Lisboa. In autostop. Luego vuelvo a Madrid. Y voy a Londres, París, Barcelona, a donde sea… ¿quieres que te lleve conmigo? Eres el amor de mi vida. Te asustabas cuando te lo decía. Pero sabías que era capaz de pintar todas las paredes de todas las calles del mundo para decirte que te quiero. Y no estamos en un campo de concentración pero da lo mismo. Es un día de sol y tú me acaricias el pelo principessa. Y en Roma te esperaba en el aeropuerto para hacerte una sorpresa… te acuerdas, piba? Había viajado en autostop para verte. Había dejado mi pueblo, mi playa, la librería de mi hermano, los gritos desesperados de mi madre y la compañera vasca para ir a verte. Y en Florencia, en Florencia no tenía dinero para subir hasta la Cúpula de Michelangelo pero te quería, piba, ¿Lo sabes que te quería, verdad?

Tu lengua ahora busca la mía. Mi alma está llena de ti. Me tocas el culo por las calles. Mi regali una notte piena d’amore. Non dici nulla. Ti aspettavo. He tragado el placer de tu placer. Lo tengo conmigo. Te llevo conmigo. Preparo la mochila. Me muerdes la espalda. Me despierto con tus dedos entre mi alma. Es un placer que no tiene placer. Has vuelto. Te esperaba. Puedes irte donde te dé la gana. No te pregunto por qué has vuelto. No te pido que te quedes conmigo. Te pido sólo que me sonrías. Me miras. Me muerdes los labios. Me acaricias la espalda.

Hoy es un día de sol, principessa, y cuando es un día de sol pienso en ti. Siento que quieres irte. No sé porqué me estabas buscando. Quizás has venido a verme simplemente para decirme que hoy es un día de sol, y cuando es un día de sol tú también piensas en mi.Me despierto en una playa desierta. No sé donde estás. Te has ido. Tengo ganas de verte. Te busco dentro el mar. Dentro mi mar. Dentro mi cuerpo. 

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