Instantes (Borges).

 Instantes.

Si pudiera vivir nuevamente mi vida,

en la próxima trataría de cometer más

errores.

No intentaría ser tan perfecto,

me relajaría

más.

Sería más tonto de lo que he sido,

de hecho tomaría muy pocas cosas con

seriedad.

Sería menos higiénico.

Correría más riesgos,

haría más viajes,

contemplaría más atardecer,

subiría más montañas,

nadaría más ríos.

Iría a más lugares adonde nunca he ido,

comería más helados y menos habas,

tendría más problemas reales y menos

imaginarios.

Yo fui una de esas persona que vivió

sensata

y prolíficamente cada minuto de su vida;

claro que tuve momentos de alegría.

Pero si pudiera volver atrás trataría

de tener solamente buenos momentos.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,

sólo de momentos; no te pierdas el ahora.

Yo era de esos que nunca

iban a ninguna parte sin termómetro,

una bolsa de agua caliente,

un paraguas y un paracaídas;

si pudiera volver a vivir, viajaría más

liviano.

Si pudiera volver a vivir

comenzaría a andar descalzo a principios

de la primavera

y seguiría descalzo hasta concluir el

otoño.

Daría más vueltas en calesita,

contemplaría más amaneceres,

y jugaría con más niños,

si tuviera otra vez vida por delante..

si pudiera vivir nuevamente mi vida…

Borges

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Madres de la plaza.

Madres de plaza de mayo cumplen 30 años
Nació una historia.
Muchas madres y padres salieron a buscar a sus hijos. Salieron de sus casas, salieron del útero de su rutina habitual a enfrentar al aparato represivo más imponente de la historia del país. Llevaban impresas en la piel la desesperación y el amor, y de allí les nació el coraje. Recorrieron hospitales, caminaron juzgados, se atrevieron a ir a comisarías y cuarteles. Buscaron a las morgues. Nadie sabía nada. La ley del silencio. Cada día era la esperanza de una noticia. Cada noche era la frustración del silencio.
Los padres varones, de a poco, volvieron a sus trabajos.
La mayoría de las madres eran amas de casa: tenían intacto el tiempo y la sensación de que no había otra cosa que hacer que dedicar cada hora, cada minuto y cada segundo de vida a la búsqueda.

Estaban solas, moviéndose, preguntando inútilmente, aturdidas por tanto silencio. De a poco, empezaron a cruzarse por los mismos laberintos, a reconocerse y a descubrir que había otras que compartían esa especie de señal que cada una llevaba como un código secreto en la mirada: la desesperación y la incertidumbre.

Ese fue un primer triunfo contra el aislamiento. Comenzaron a encontrarse, reunirse, acompañarse. Estar juntas fue el modo de escaparle al terror de estar solas. Pero fue mucho más que eso.

Un día, esas mujeres se descubrieron a sí mismas en una iglesia militar, donde un cura psicópata les recomendaba santa paciencia y las confundía con rumores, insinuaciones y desinformaciones. Intuición femenina: les estaban mintiendo sistemáticamente, nadie hacía nada por salvar a sus hijos.
Una de esas mujeres dijo: Basta.
Y dijo: tenemos que ir a la Plaza de Mayo, tenemos que hacer ver y oír lo que nos pasa. Era una mujer con nombre de flor.

Y ese grupo de mujeres decidió que Azucena Villaflor tenía razón: su lugar sería la Plaza de Mayo.

La plaza sería el territorio de estas madres.

No tenían oficina, pero habían encontrado un lugar espacioso, aireado, iluminado y muy céntrico.
No tenían sillones mullidos, pero había bancos de plaza.
No había escritorios, pero tenían las faldas para apoyar allí las carpetas, expedientes, cuadernos o que hiciera falta.
No tenían alfombras, sólo baldosas y unas palomas revoloteando.
No tenían recepción, pero podían verse de lejos mientras iban llegando. No tenían teléfonos, pero se pasaban papelitos con mensajes, informes, o futuros puntos de encuentro.
Ocultaban esos mensajes en ovillos de lana, por si la policía o los militares se les cruzaban en el camino.
No querían que las descubrieran. Ya que tenían los ovillos, llevaban agujas y tejían en la plaza, mientras iban pasándose información, inventando qué hacer, cómo buscar, cómo evitar la impotencia de no hacer nada. Penélope tejía esperando el regreso de su marido. Ellas tejían juntas las acciones para buscar a sus hijos y denunciar lo que estaba pasando.

La primera vez fue el sábado 30 de abril de 1977. Eran sólo 14 en la Plaza de Mayo. Como no había casi nadie, decidieron volver el viernes siguiente. Después, una de las madres avisó, como atajándose de los malos augurios: "Viernes es día de brujas". A la semana siguiente empezaron a encontrarse los jueves, el día que nunca más abandonarían, para escaparle a las brujas.

La policía empezó a desconfiar. Por el Estado de Sitio, se impedía cualquier reunión de tres personas o más, por ser potencialmente subversiva.
Para decir la verdad, en este caso tenían razón: buscar la vida era subversivo. Como pájaros de uniforme, los policías empezaron a revolotear alrededor esas mujeres que hablaban y tejían de los asientos de la plaza. Ordenaron: "Caminen, circulen, no se pueden quedar acá". Ellas se pusieron a caminar y a circular alrededor del monumento a Belgrano, en sentido contrario a las agujas del reloj: como rebelándose contra cada minuto sin sus hijos.
Marchaban, cada jueves, en las narices del gobierno dictatorial más temible. La plaza ya era el territorio de las Madres.

Algunos periodistas extranjeros descubrieron esas raras vueltas y vueltas. Consultaron a los militares. Les contestaron que eran unas mujeres trastornadas, unas Madres Locas que andaban buscando a gente que no estaba en ningún lado. Gran parte de la sociedad prefería no darse por enterada. La censura bloqueaba orejas, cerebros y corazones. Las madres locas eran las únicas que parecían cuerdas, tejiendo y circulando al revés que las agujas del reloj.

En octubre de 1977 se sumaron a la peregrinación a Luján, que congregaba a un millón de jóvenes. El problema era cómo encontrarse y reconocerse en la multitud. Alguien propuso que todas se pusieran un pañuelo del mismo color. Lo del color era un problema, pero entonces una de las madres tuvo una ocurrencia: ¿Por qué no nos ponemos un pañal de nuestros hijos? No existían los pañales descartables y la mayoría de las madres todavía guardaba los de tela, tal vez pensando en los nietos.
Frente a la Basílica, reclamaron y rezaron por los desaparecidos. Todos los que estuvieron pudieron verlas, identificadas con los pañales blancos en sus cabezas. Poco después hubo una marcha de los organismos de derechos humanos, que terminó con 300 personas detenidas, incluidos –por error- varios periodistas extranjeros. Gracias a tanta eficiencia, el mundo empezaba a enterarse de lo que ocurría. En la comisaría las Madres rezaban Padrenuestros y Avemarías. Los policías no se atrevían a incomodar a mujeres tan devotas. Entre rezo y rezo, haciendo cruces, miraban a los uniformados, les decían "asesinos", y seguían rezando. Amén.

El hecho de reunirse, romper el aislamiento, buscar a sus hijos, se convirtió en sí mismo en un delito. Diciembre de 1977, un oficial de la marina que se hacía pasar por hermano de un desaparecido organizó el secuestro y desaparición de tres de las madres, dos monjas francesas y otros familiares y amigos. Así era el coraje militar.

Las madres estaban organizando la colecta para publicar una solicitada el 10 de diciembre, denunciando las desapariciones.
El 8 de diciembre secuestraron a Esther Careaga y a Mary Ponce de Bianco en la Iglesia de Santa Cruz, junto a ocho personas más, incluida la monja francesa Alice Domon. Esther era paraguaya. Ya había encontrado a su hija adolescente, a la que los militares habían liberado. Las otras madres le habían pedido que volviera a su casa, que ya no se arriesgara más. Esther no les hizo caso, decidió seguir junto a ellas hasta que encontraran a cada uno de sus hijos.

Dos días después, desapareció la mujer con nombre de flor. El terror de aquellos tiempos superó todo lo imaginable. Desaparecían quienes buscaban a los desaparecidos. Pero los militares habían sido selectivos: secuestraron a quienes todas siempre consideraron "las tres mejores madres". Sin Azucena, había que elegir: seguir, esconderse, o volverse a casa. Para las madres no hubo demasiadas dudas: ahora no solo debían buscar a sus hijos e hijas, sino también a sus amigas y compañeras. Lograron sobreponerse a la parálisis y al terror, para seguir su marcha.
Azucena había parido la idea de que las madres se organizaran para nunca más estar solas en su lucha. Y había dicho algo: "Todos los desaparecidos son nuestros hijos". Así estaba socializó la maternidad, potenció a cada madre y le dio grandeza a cada minuto de resistencia.

Llegó el Mundial 1978. El fútbol tapando de gritos y sonrisas la realidad, mientras a pocas cuadras de la cancha de River seguían torturando gente en la ESMA. El mundial fue oxígeno para los militares: para seguir matando y seguir castigando cada vez a más gente con la miseria planificada. Las madres cambiaron sus lugares y horarios de reunión. No todos los jueves iban a la Plaza, para evitar que las detectaran. Cuando iban, la policía les largaba los perros. Cada una llevaba un diario enroscado para sacarse a los perros de encima, una de las pocas cosas útiles para las que servían los diarios de esa época.

Muchas veces detenían o demoraban a alguna de ellas en las comisarías. Se les ocurrió una idea: cuando una iba presa, se presentaban todas y pedían ir presas ellas también. Los policías veían llegar a decenas y decenas de mujeres que exigían ser encarceladas junto a su compañera. Una vez fueron tantas las que exigieron ser detenidas, que tuvieron que llevarlas en un colectivo de la línea 60.
Madres locas, dirían los policías, que no sabían bien qué hacer: muchas veces las soltaban para sacárselas de encima.
Cuando en la Plaza le pedían documentos a una, todas las demás se acercaban a la policía a entregar también los suyos. Cientos de documentos, cédulas y libretas cívicas, que la policía tenía que verificar. De paso, las madres se quedaban más tiempo en la plaza.

En 1979 llegó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También el fútbol jugó en contra. El mundial juvenil tenía a todos pendientes de Maradona, y los militares aprovecharon para que relatores de fútbol y periodistas radiales llamaran a la gente a Plaza de Mayo, y que de paso repudiaran a quienes hacían cola para declarar ante la Comisión. Querían mostrar lo que llamaban "la verdadera imagen del país". Decían: "los desaparecidos algo habrán hecho", o "por algo será que se los llevaron". Los hinchas, sin embargo, no molestaron a los que estaban esperando para hacer sus denuncias.

Ya era la época de la plata dulce, la fiesta de las multinacionales, el dólar barato, miles de argentinos gastando en el exterior lo que nunca habían sabido ganarse, gracias a la miseria planificada de millones.
Los diarios y las revistas no sólo censuraban la información para defender su negocio, sino que hacían campañas por los militares: "Los argentinos somos derechos y humanos". Confirmado: nunca hay que subestimar la estupidez humana, la capacidad de negación, el tamaño de la crueldad.
En ese 1979 hubo otro parto, otro alumbramiento: las Madres decidieron crear la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Si todas estaban en peligro, esa era una forma de mantener la lucha viva. La casualidad, o el destino, determinaron que la asociación fuese creada en una fecha imposible de olvidar: 22 de agosto. Habían pasado siete años de la masacre de Trelew, aunque parecían siete siglos.

Los militares asesinos argentinos inventaron un conflicto contra los militares asesinos de Chile, que a todos les servía para ganar tiempo en el poder. En esos días fue muy próspero el negociado de la fabricación de ataúdes, hasta que el Papa intervino. Secuestros clandestinos y desapariciones en la noche, permitían mirar para otro lado. Guerra abierta entre gobiernos tan vecinos y tan beatos era demasiado. Hasta para el Vaticano. Amén.
Seguían encontrándose en plazas y bares. Para que no las descubrieran cambiaban el nombre. Si iban a ir a Las Violetas, decían Las Rosas. Ellas mismas llevaban en sus carteras las carpetas, las denuncias, los expedientes.
Recién en 1980, gracias a los apoyos internacionales, las Madres pudieron tener una oficina. Pero también ese año decidieron volver a su territorio, la Plaza de Mayo, para nunca más abandonarla.
Fueron un jueves, al jueves siguiente las estaba esperando un escuadrón entero, con las armas gatilladas. Ellas cambiaban el horario, circulaban por donde no las veían. Poco a poco envolvieron a la Pirámide de Mayo con sus marchas que nadie podía detener. Llevaban diarios enroscados. Pronto aprendieron de sus hijos, y llevaban también botellitas de agua y bicarbonato por si las esperaban con gases lacrimógenos. No necesitaban gases para llorar. Pero habían decidido transformar el llanto en acciones.

Los militares eran la rigidez y la violencia. Las madres eran la fluidez y la energía. Los militares y la policía eran la muerte. Los verdugos. Las madres eran la vida.

Se editó el primer boletín de Madres, se iba ganando apoyo afuera y adentro. Los militares llamaron a los viejos políticos a dialogar, como abriendo el paraguas frente a la crisis económica y a su propio desgaste. Pero las Madres estaban simbolizando dónde estaba la verdadera política, y quiénes eran sus nuevos protagonistas. En 1981 lo demostraron retomando la Plaza y haciendo la primera Marcha de la Resistencia. Solas, pocas, pero juntas, resistiendo 24 horas seguidas.
Vinieron épocas de ayunos, de tomas de iglesias y catedrales. Los jóvenes, sobre todo, se conmovían. Nació la consigna "aparición con vida".
El 30 de abril de 1982, hubo manifestaciones de protesta en Buenos Aires contra la situación económica, la miseria planificada, con la policía reprimiendo a todos. Dos días después, se llenó la Plaza de Mayo para aplaudir a los militares que habían invadido Malvinas, creyendo que así se iban a reciclar en el poder en una especie de brindis perpetuo.

Las Madres dijeron que la guerra era otra mentira. Los militares que secuestraban cobardemente, torturaban clandestinamente y asesinaban tirando cuerpos al río, no podían convertirse de un día para otro en patriotas impecables y valerosos guerreros. Por decir eso, acusaron a las Madres de antinacionales. Ellas inventaron un cartel: "Las Malvinas son argentinas. Los desaparecidos también". Muchos que acompañaban a las Madres las criticaron: había que estar del lado de la guerra, del lado de los militares. El tiempo mostró quién tenía razón sobre los guerreros, entre ellos el mismo que había delatado a Azucena, Esther y Mary.

La derrota de los militares resucitó la posibilidad de la democracia. Se abrió la multipartidaria, formada por cantidad de partidos y políticos muchos de los cuales, durante los tiempos más duros de la represión, habían sido expertos en el arte de callar.
En 1983 hubo elecciones, Alfonsín llegó a la presidencia, y las madres hicieron la marcha de las siluetas para que nadie olvidara a los ausentes. En los afiches decían que esos hijos desaparecidos habían luchado por la justicia, la libertad y la dignidad.
El gobierno formó la CONADEP, la comisión nacional para la desaparición de personas. Las madres desconfiaron, no quisieron integrarla. Siempre prefirieron la calle, y no las comisiones. Crearon un periódico, la Asociación iba creciendo y seguía reclamando aparición con vida y castigo a los culpables.
En 1985 Alfonsín las citó, pero luego no las atendió porque tenía que ir al Colón, según la explicación oficial. Las Madres tomaron la Casa Rosada, y se quedaron ahí instaladas como forma de resistencia pacífica. Esas acciones mostraban la grieta entre los discursos sobre los derechos humanos que hacía el gobierno, y la realidad. Y mostraban cómo el protagonismo político se desplazaba de los políticos de museo, a los movimientos generados en la sociedad para enfrentar los problemas tomando las riendas de sus propias decisiones.

Se hizo el juicio a las Juntas, pero sólo hubo dos condenas a prisión perpetua. Las de Videla y Massera. Los otros jefes militares recibieron penas bajas, o fueron absueltos. Las Madres opinaron del siguiente modo: se levantaron y se fueron de la sala de audiencias.
Seguían las acciones, marchas, escraches a los militares en sus casas, viajes y campañas en todo el mundo,
la lucha contra las leyes de Punto Final y Obediencia Debida,
La lucha contra las rebeliones de Semana Santa y de los carapintadas
La marcha de las manos,
La marcha de los Pañuelos, cuando taparon la casa de gobierno de pañuelos blancos, los premios internacionales. El apoyo a los conflictos, a las huelgas, a los reprimidos y a los perseguidos. Empezaban a hacer propia una idea: el otro soy yo.

Las Madres, además de denunciar lo que había ocurrido con sus hijos, hicieron otra cosa: comenzaron a levantar las mismas ideas y sueños por las que esos jóvenes habían luchado.
Por eso sintieron que aún sin estar, sus hijos las estaban pariendo.
Aquellas amas de casa desgarradas por la desesperación, habían logrado transformar el dolor en acción y en pensamiento.

Todas estas luchas se multiplicaron al infinito cuando Menem llegó a la presidencia para perfeccionar, en democracia, la miseria planificada: privatizó el país, regaló el Estado, masificó el desempleo, protegió a toda clase de mafiosos, asesinos y corruptos, y además los puso a gobernar con él. De paso indultó a todos los militares que habían sido condenados.
Hubo más de lo mismo cuando subió De la Rúa, y las madres estuvieron allí, nuevamente en la plaza, el 19 y 20 diciembre, cuando ese gobierno intentó imponer el Estado de Sitio y se dedicó a reprimir a miles y miles de personas hartas de tanta decadencia y de tanta mentira. Nuevamente las plazas se llenaron de balas, y de jóvenes muertos.

La historia reciente es más conocida, las Madres y su universidad llena de jóvenes, de movimiento, de conferencias, de proyectos. Las Madres y su flamante radio, para que se escuche cada cosa que hay que decir. La intervención en cada lucha contra las mafias, contra la miseria, contra la muerte.
Y cada jueves, como siempre, las madres circulando, tejiendo solidaridad, construyendo este territorio de la Plaza para que sea el espacio de todos.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos. Las madres están dejando esa herencia.
Cómo convertir al dolor, en acción.
La parálisis y el miedo, en lucha.
La desesperación, en coraje.
Las lágrimas, en acciones.
Para acorralar a la muerte, como el primer día:
tejiendo luchas,
haciendo circular los sueños,
y alumbrando la vida.

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No te salves (M.Benedetti).

No te salves

No te quedes inmòvil

al borde del camino

no congeles el jùbilo

no quieras con desgana

no te salves ahora

ni nunca

no te salves

no te llenes de calma

no reserves del mundo

sòlo un rincòn tranquilo

no dejes caer los pàrpados

pesados como juicios

no te quedes sin labios

no te duermas sin sueños

no te pienses sin sangre

no te juzgues sin tiempo

pero si

pese a todo

no puedes evitarlo

y congelas el jùbilo

y quieres con desgana

y te salves ahora

y te llenas de calma

y reservas del mundo

sòlo un rincòn tranquilo

y dejas caer los pàrpados

pesados como juicios

y te secas sin labios

y te duermes sin sueño

y te piensas sin sangre

y te juzgas sin tiempo

y te quedas inmòvil

al borde del camino

y te salves

entonces

no te quedes conmigo.

Mario Benedetti.

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Tu boca (J.Cortàzar).

Toco tu boca, con el dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca eligida entre todas, con soberana libertad eligida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recinitos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

 

 

Tocco la tua bocca, con il dito tocco il bordo della tua bocca, la disegno come se uscisse dalla mia mano, come se per la prima volta la tua bocca si aprisse, e mi basta chiudere gli occhi per rifarlo tutto e ricominciare, faccio nascere ogni volta la bocca che desidero, la bocca che la mia mano sceglie e ti disegna sulla faccia, una bocca scelta tra tutte, con sovrana libertá scelta da me per disegnarla con la mia mano sulla tua faccia, e che per un caso che non cerco di comprendere coincide esattamente con la tua bocca che sorride da sotto la mia mano che ti disegna.

Mi guardi, da vicino mi guardi, sempre piú da vicino, e allora giochiamo al ciclope, ci guardiamo ogni volta piú da vicino e gli occhi si ingrandiscono, si avvicinano, si sovrappongono, ed i ciclopi si guardano, respirando confusi, le bocche si incontrano e lottano debolmente morderdosi le labbra, appoggiando appena la lingua tra i denti, giocando nei suoi recinti dove un’aria pesante va e viene con un profumo vecchio e un silenzio. Allora le mie mani cercano di fondersi nei tuoi capelli, accarezzare lentamente la profonditá dei tuoi capelli mentre ci baciamo come se avessimo la bocca piena di fiori e di pesci, di movimenti vivi, di fragranza oscura. E se ci mordiamo il dolore é dolce, e se ci affoghiamo in un breve e terribile assorbire simultaneo dell’alito, questa istantanea morte é bella. E c’é una sola saliva ed un solo zapore a frutta matura, ed io ti sento tremare contro di me come una luna nell’acqua.

Julio Cortazar.

“Rayeula”

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Queda prohibido (P.Neruda).

 QUEDA PROHIBIDO !

  Queda prohibido llorar sin  aprender,
  levantarte un día sin saber que hacer,
  tener miedo a  tus recuerdos.

  Queda prohibido no sonreír a los  problemas,
  no luchar por lo que quieres,
  abandonarlo todo por  miedo,
  no convertir en realidad tus sueños.

  Queda  prohibido no demostrar tu amor,
  hacer que alguien pague tus  deudas y el mal humor.

  Queda prohibido dejar a tus  amigos,
  no intentar comprender lo que vivieron  juntos,
  llamarles solo cuando los necesitas.

  Queda  prohibido no ser tú ante la gente,
  fingir ante las personas que  no te importan,
  hacerte el gracioso con tal de que te  recuerden,
  olvidar a toda la gente que te quiere.

  Queda  prohibido no hacer las cosas por ti mismo,
  no creer en Dios y  hacer tu destino,
  tener miedo a la vida y a sus  compromisos,
  no vivir cada día como si fuera un ultimo  suspiro.

  Queda prohibido echar a alguien de menos  sin
  alegrarte, olvidar sus ojos, su risa,
  todo porque sus  caminos han dejado de abrazarse,
  olvidar su pasado y pagarlo con  su presente.

  Queda prohibido no intentar comprender a las  personas,
  pensar que sus vidas valen mas que la tuya,
  no saber  que cada uno tiene su camino y su dicha.

  Queda prohibido no  crear tu historia,
  no tener un momento para la gente que te  necesita,
  no comprender que lo que la vida te da, también te lo  quita.

  Queda prohibido no buscar tu felicidad,
  no vivir tu  vida con una actitud positiva,
  no pensar en que podemos ser  mejores,
  no sentir que sin ti este mundo no sería  igual.

  Pablo Neruda

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Muere lentamente (Gabo).

 

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todo los días los mismos trayectos, quien no arriesga el vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre el blanco y los puntos sobre las “íes”.

Muere lentamente quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir tras un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo. Muere lentamente quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, quien no pregunta sobre un tema que desconoce y no responde cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.

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Como siempre.

 

"Como siempre"

Aunque hoy cumplas
trescientos treinta y seis meses
la matusalénica edad no se te nota cuando
en el instante en que vencen los crueles
entrás a averiguar la alegría del mundo
y mucho menos todavía se te nota
cuando volás gaviotamente sobre las fobias
o desarbolás los nudosos rencores

buena edad para cambiar estatutos y horóscopos
para que tu manantial mane amor sin miseria
para que te enfrentes al espejo que exije
y pienses que estás linda
y estés linda

casi no vale la pena desearte júbilos
y lealtades
ya que te van a rodear como ángeles o veleros

es obvio y comprensible
que las manzanas y los jazmines
y los cuidadores de autos y los ciclistas
y las hijas de los villeros
y los cachorros extraviados (de gata)
y los bichitos de san antonio
y las cajas de fósforo
te consideren una de los suyos

de modo que desearte un feliz cumpleaños
podría ser injusto con tus felices
cumpledías

acuérdate de esta ley de tu vida

si hace algún tiempo fuiste desgraciada
eso también ayuda a que hoy se afirme
tu bienaventuranza

de todos modos para vos no es novedad
que el mundo
y yo
te queremos de veras

pero yo siempre un poquito más que el mundo

Mario Benedetti

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Viaje a Lima (I).

Descubriendo Latino América

Post n°1 pubblicato il 22 Febbraio 2009 da viajera67

Passeggiando per Milano penso ai miei anni vissuti in America Latina. Cosa mi spinse ad arrivare sin là e cosa mi ri-spinse, anni dopo, a ritornare da queste parti. Ci sono cose che ho dimenticato e cose che la mia memoria custodirà per sempre. I viaggi, i volti della gente, la sofferenza toccata con mano. Tante domande alle quali non sono ancora capace di rispondere.

Ricordo la mia prima notte passata a Lima, nel quartiere dove, anni prima, una bomba di “Sendero” aveva scosso la città. Ero ospite a casa di un amico; andavo in cucina a fumare, e a guardare il mare. Lui mi parlava di lavoro, dell’organizzazione dei corsi che avremmo dovuto tenere all’Università’. Io ero destinata ad una città del nord , vicino all’equatore, dove si mangiava bene, si dormiva poco, e faceva un caldo infernale. Lo ascoltavo attonita: dove andrai tu, mi diceva, c’è’ pure una riserva naturale piena di coccodrilli; ti prendi una barchetta, i pescatori ti portano nelle isole, ti mangi un risotto, ti rilassi, e poi loro ti vengono a prendere. Tutto per due euro, due euro cinquanta, compresa la visita ai coccodrilli.

Ai coccodrilli???? Quello era il posto in cui avrei dovuto organizzare i miei primi corsi di letteratura, e parlare di Moravia, Italo Svevo e di Giosuè Carducci. I miei ragazzi sarebbero venuti a lezione con le barchette? E cosa avrebbero indossato? Avevo un’idea molto vaga del Perù. Pensavo che Lima fosse sulle Ande, che la gente portasse gonnellini fatti di paglia, che andasse a caccia con le frecce. Ma non mi sbagliavo poi di tanto: il Perù, tre volte più grande dell’Italia, con i suoi 27-28 milioni di abitanti, ha una densità di popolazione bassissima. La natura ti avvolge come una piovra, e la fantasia galoppa a ritmi sovrumani.

La moglie del mio amico voleva ritornare in Italia. Non ce la faceva più, diceva: una figlia, poche amiche, troppo “machismo”. Iniziamo bene, pensavo. L’educazione pubblica fa schifo, negli ospedali e’ meglio non entrarci, il salario minimo ti basta appena per comprarti le sigarette. Troppe ingiustizie, troppe differenze sociali, una classe politica indifferente, complice, e parassitaria. Una parte di me già voleva tornare in Italia. Avevo quasi 35 anni, la maggior parte dei miei amici stava già comprando casa e pagando il mutuo. Io mi vedevo, in prospettiva, un futuro ancora più precario di quello che mi stavo lasciando alle spalle. Ma volevo toccare con mano quello che, sentivo, mi stava cambiando per sempre la vita.

Del resto c’è chi va a fare un master negli Stati Uniti, si specializza in economia, mette su un’impresa, e diventa ricco. C’è poi chi, avendo sempre vissuto una vita precaria, cerca la stabilità: fa un concorso, lo vince, si sposa. Io volevo arricchirmi dentro, remare controcorrente, capire dove erano le Ande, parlare con i bimbi che vivono per strada, fottermene di quello che diceva la gente. Se il sud del mondo rappresenta l’inferno, era lì che volevo andare.

Subito dopo il mio arrivo, andai a stringere la mano al direttore dell’Istituto di Cultura italiana, che mi aveva contattata. Gli parlai con entusiasmo del mio lavoro e lui mi guardò come se fossi un animale in via di estinzione. Mi sembrò un uomo triste, e mi venne voglia di abbracciarlo. Mi disse “in bocca al lupo”, ma era come se pensasse ad altro. Capii, anni dopo, che la maggior parte dei funzionari europei all’estero guadagna circa dieci mila euro al mese. Da lì la tristezza dei suoi occhi, pensai. Come si può vivere in un posto così, pensai, e non sentirsi complici dal di dentro?

Lima: città che concentra circa dieci milioni di abitanti, la maggior parte dei quali ex contadini scesi a valle dopo venti anni di guerra civile tra lo Stato ed i gruppi guerriglieri, tra cui Sendero, di ispirazione maoista, e l’MRTA (movimento rivoluzionario tupac-amaru). Una guerra che aveva prodotto circa sessantanovemila, tra morti e scomparsi, tra gli anni ottanta, e il duemila. Peggio del Cile e dell’Argentina, in termini numerici. Ma noi, in Europa, conoscevamo piuttosto gli orrori di Santiago e di Buenos Aires, perché lì lo Stato aveva eliminato la classe media, e la classe media conta. In Perù, secondo la Commissione della Verità, la maggior parte delle vittime era di origine contadina, la cui lingua principale non era neppure lo spagnolo, ma il checua o l’aymara. Esclusi tra gli esclusi, erano stati colpiti da tutti: dallo Stato, dai gruppi armati, e da quelli paramilitari.

Il più famoso Squadrone della morte si chiamava “Gruppo Collina”, dal nome di un poliziotto ucciso. Era stato istituito e diretto, durante la dittatura di Alberto Fujimori, da Martin Rivas e da Vladimiro Montesino, funzionari del SIN, servizio di intelligenza nazionale. Il Gruppo Collina era più spietato dei gruppi terroristi che diceva di combattere, ed era specializzato nell’uccisione di studenti, sindacalisti, docenti universitari ed oppositori di regime. Agivano incappucciati, e in nome dello Stato.

Pensavo a queste cose mentre osservavo il volto della gente, la bellezza delle rughe contadine piene di umanità. Tanti bambini per strada, senza futuro, e nessuno che controlla il loro stato di salute. Passa un bus e afferri con mano lo smog che esce dalle marmitte. Cerchi di attraversare la strada, e gli autisti giocano ad investirti. Non sai a chi rivolgerti: non esistono leggi che fermino questo mostro sociale che nessuno controlla. I poliziotti sono pochi, per giunta mal pagati. I medici sono sempre in sciopero. I docenti universitari non ricevono neppure quello che gli spetta secondo contratto nazionale.

Così lasciai Lima, nella quale tornerò in seguito, e mi diressi verso il nord a mangiar pesce, a parlare di Moravia, e a visitare coccodrilli.

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Zorritos y Tumbes (II)

Zorritos y Tumbes.

Post n°2 pubblicato il 22 Febbraio 2009 da viajera67

II. Fiorina Sanguinetti, responsabile dei corsi d’italiano nelle Università, mi disse: “Se ti trovi bene a Tumbes, faremo in modo che tu ci rimanga per degli anni. Possiamo chiedere i contributi al Ministero degli Esteri.” Ma quando arrivai a Tumbes pensai: qua non ci resto neanche cinque minuti. Dopo aver costeggiato per chilometri e chilometri spiagge deserte puntellate dalle palme sotto un sole che spaccava le pietre, a circa diciotto ore di bus da Lima, arrivai nel posto più desolato dell’America Latina. Una piazza, cinque alberi, quattro turisti, e milioni di milioni di zanzare. Quaranta gradi all’ombra, persino in inverno.

Mi venne a prendere Jorge Echevarría, decano della facoltà di chimica, e mi portò in albergo. Io avrei voluto iniziare subito con i corsi di italiano, ma lì la parola chiave era: relax, relax, e ancora relax. Ogni giorno, Jorge veniva a prendermi per pranzare assieme. “Non voglio che ti senta sola”, mi diceva. In realtà lui mangiava a sbafo carne, pesce e cibi prelibati, alla faccia della Facoltà che pagava il conto.

I corsi di italiano tardarono a partire e l’università tardò ancor più a pagarmi. Riuscivo però a mantenermi con i contributi che percepivo dall’Italia. Ero sempre a metà stipendio ma sempre più ricca degli altri, come mi facevano notare quando protestavo. Decisi così di prendere in affitto una casa al mare a Zorritos, un piccolo paesino di pescatori a mezz’ora dalla città. Insegnavo solo due volte alla settimana, avevo il tempo di leggere, rilassarmi, e di godere delle bellezze del posto.

A Zorritos conobbi Ethel, una simpatica ragazza di 19 anni in procinto di sposare un pescatore quindici anni più vecchio di lei. Lavorava come cameriera da sua madre, accudiva la casa e i suoi due fratelli, il padre li aveva abbandonati per un’altra donna. Una notte, in spiaggia, le chiesi: “ma tu, lo ami quest’uomo che devi sposare?” La domanda dovette risultarle tanto strana che rimase immobile, a fissarmi.

Una settimana dopo fuggì dalla sua casa e venne da me. In un primo tempo avrei voluto riportarla da sua madre, ma lei mi disse: “non voglio sposarmi e non so come dirglielo. Quella, se lo sa, mi ammazza”. Decisi allora di farla dormire da una signora che conoscevo, in attesa che le acque si calmassero. Voleva studiare italiano, così andavamo insieme a vendere “gelatina” ai pescatori, per racimolare il necessario per l’iscrizione al corso. Fu la mia prima amica, in quella parte del mondo. Camminavamo in spiaggia, chiacchieravamo di tutto, studiavamo insieme. Lei non aveva mai letto un libro e iniziò a leggerne tanti. Adesso continua a studiare durante le ore libere, nel suo piccolo ristorantino vicino al mare, dove affitta stanze ai turisti di passaggio. Ha ancora tanti sogni chiusi in un cassetto, ed e’ contenta di non aver trovato ancora l’uomo giusto da sposare. Pare che abbia smesso di cercarlo.

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Vida en Tumbes.(III)

Vida en Tumbes.

Post n°3 pubblicato il 22 Febbraio 2009 da viajera67

 III. Dopo un paio di mesi trascorsi in relax a guardare il mare, decisi di ritornare in città. A Tumbes faceva molto caldo, ma almeno la vita non finiva alle sette di sera. Ero stufa di leggere libri e di parlare con i pesci. Cercai a lungo un posto dove abitare e infine trovai una casa immensa. Ma grande- grande, tipo otto stanze, tre bagni, un giardino, la terrazza, una cucina enorme. Era bellissima ma fin troppo grande e costosa per me. La proprietaria me ne propose un’altra più piccola, che affittava a 150 dollari. La fermai subito, e le dissi che sarei andata a viverci la settimana successiva.

La settimana seguente come deciso tornai da lei per trasferirmi nella nuova casa ma la proprietaria, nonostante gli accordi, l’aveva già affittata ad altri inquilini, e mi propose, per lo stesso prezzo, la grande casa. Accettai subito e per un attimo mi sentii una matrona. La mia casa era stata la sede di una scuola, di un ospedale e persino del consolato dell’Ecuador. Era tutto molto bello, anche troppo direi, ma: che me ne facevo io , di tanto spazio?? Solo per metterla a posto ci volevano tanti soldi ed era così grande che di notte, la gente che passava in strada, produceva degli echi che mi facevano sobbalzare nel sonno. Mi sentivo un fantasma, ma una soluzione c’era: riempirla di gente.

Fu così che mi lanciai a caccia di carne umana: vidi un vialone pieno di artigiani e partii alla carica. Comprai dei fiori, dei soprammobili e degli incensi. Feci amicizia con la donna che li vendeva. Si chiamava Carmen, era di Trujillo, buddista, e dormiva con suo marito in albergo. Faceva il caso mio.

La notte stessa eravamo tutti sotto lo stesso tetto, nella mega-casa di via Alfonso Ugarte: lei, suo marito, vari artigiani, persino dei turisti che erano a Tumbes di passaggio. Lo spazio non mancava. Bisognava solo comprare letti, armadi, ventilatori, sedie, divani, piatti, forchette, cucchiai, bicchieri. Una spesa e un investimento che rese felice anche il signore che vendeva mobili, all’angolo di casa. Quella notte, con gli ospiti, arrivarono anche dei bambini, e fu il regalo più bello: ci furono giochi, e corse in giardino; dormimmo felici, aspettando l’alba.

Qualche giorno dopo Santiago, il marito di Carmen, mi disse che c’era un gruppo di ragazzi che viveva per strada; erano tutti lustrascarpe, e stavano in una stanza senza luce, senza acqua, senza servizi igienici. Ma come fanno?, gli chiesi. Una signora li accoglie, ma vanno da lei solo per dormire. Si portano dei cartoni, e li utilizzano come materassi. Quando hanno bisogno di una doccia, si buttano nel fiume. Inutile fare altre domande. O mi muovevo, se avevo voglia di farlo, o giravo la testa da un’altra parte.

D’accordo, Santiago, gli dissi, ma: quanti sono?”. “Io ne farei venire cinque, sei al massimo, per vedere come si comportano. Bisogna abituarli ai ritmi della casa. Il resto lo decidi tu”. L’esperienza si stava rivelando interessante. C’era una disciplina tale, in casa, che faceva si che tutti facessero esattamente quello che ci si aspettava da loro: io riparavo porte e finestre, e mi occupavo della luce, dell’acqua e dell’affitto. Carmen organizzava i lavori in casa. C’era chi spazzava, chi cucinava, chi lavava i piatti. Perché non allargare il nostro gruppo ai ragazzi che vivevano in strada?

Io avevo una stanza grande, al primo piano, che dava al giardino. La porta era sempre aperta e, quando ero fuori per un viaggio, il mio letto era di chi lo occupava. Non posso ricordare la quantità di gente che ha circolato in casa. Con venti, trenta ragazzi in giro, avevamo creato un matriarcato sui generis. Dopo di me, in ordine d’importanza, cerano Carmen, Jenny e Carla.

L’organizzazione della casa era di questo tipo. Alle sei del mattino tutti i ragazzi si svegliavano, si facevano la doccia, e andavano a lavorare. Verso le undici qualcuno di loro arrivava con dei soldi e Carmen andava al mercato a comprare da mangiare. A turno c’era qualcuno che l’aiutava. Si organizzavano tavolate immense per il pranzo e per la cena. C’era la musica, la televisione, gente nuova che arrivava, qualcuno che condivideva un’esperienza o raccontava una storia.

Il sabato e la domenica, andavamo tutti insieme al mare. Era bello perché molti dei ragazzi non avevano mai vissuto un giorno di vacanza spensierato, tranquillo. Eravamo un gruppo molto originale. C’era solidarietà e si combatteva contro il razzismo penetrante. Io ero una docente universitaria, inviata dall’Istituto di Cultura italiana, avrei potuto godere dei privilegi associati al mio ruolo, e lottare per difenderli. Invece avevo scelto di vivere con tanti giovani che svolgevano lavori umili, senza neanche pensare di avere una colf in casa. Roba da non crederci, neanche all’altro capo del mondo!!

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