Perù. Derechos Humanos.

Derechos humanos. Perù.

Post n°90 pubblicato il 03 Marzo 2009 da viajera67

Tumbes, noviembre del 2002.

Perú, derechos humanos.

En el Perú, durante el gobierno de transición de Valentín Paniagua (de Acción Popular), que llevó el país a las primeras elecciones democráticas después de la Presidencia de Alberto Fujimori(‘90-’95;’95-2000;2000-2001) se instituí la llamada “Comisión de la Verdad” que debía recoger información sobre las violaciones de los derechos humanos que marcaron la vida del país durante casi veinte años (1979-2000) de su historia.

Los datos no ayudan a entender lo que pasó en aquellos años, pero estamos hablando de más de 30.000 muertos y de 6.000 desaparecidos. “Fue un genocidio” me comenta un miembro de la Comisión de la Verdad que encuentro en una ciudad del norte del país. Por un lado los grupos levantados en armas, Sendero Luminoso y el MRTA, por otro lado las fuerzas armadas, ejercito y policía, que llevaron el país a una guerra sangrienta que no excluyó a nadie.

La parte más afectada fue la sociedad civil golpeada por ambos lados: más de 600 mil campesinos tuvieron que dejar sus tierras, en la selva, y buscar paz y trabajo en Lima o en las ciudades de la costa donde, por lo menos el anonimato, podía garantizarles el derecho a la vida.

Hoy en día Lima es una ciudad de ocho millones de habitantes que no ofrece servicios, trabajo ni paz social.

Aunque se diga que la instrucción sea “libre y gratuita” para todos la Universidad es un privilegio de casta. Para ingresar tienes que pagar y sostener una prueba de acceso con 12 plazas disponibles y 2.000 candidatos. El racismo es espantoso, no hay derechos laborales.

El individualismo social fue llevado al extremo durante el período de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesino. La gente necesitaba un cambio y estos hombres hablaban de lucha al terrorismo, paz social, trabajo, desarrollo y plata para todos. Efectivamente sí, se llevaron los fondos del país al exterior, vivieron una vida de sueño, enseñaron al pueblo que es mejor robar que vivir una vida digna, utilizaron las leyes para reprimir a los grupos políticos, sociales y culturales que cuestionaban los derechos humanos, la democracia y la gestión de los recursos del país.

Hoy en día la gente se siente defraudada. Ya no cree en la política, tiene valores neoliberales en un país terciomundista. No encuentro a gente blanca por las calles pero sí los veo en las pantallas de la televisión. Tener la piel blanca te garantiza buen sueldo, buen trabajo, un excelente estilo de vida.

Es difícil hablar de política y de valores sociales con la gente, sobre todo con los jóvenes. No leen libros de literatura porque no pueden ni comprarlos, no están en grupos políticos porque tener sensibilidad social no ayuda a buscar trabajo, no hacen preguntas porque no quieren levantar sospeches. Desean un estudio técnico que les ayude a comprar un carro, un televisor, una casa a la orilla del mar. Esto es todo.

Caza de brujas….

Por eso el trabajo que está desempeñando la Comisión de la Verdad es realmente importante. Permitir que la gente hable, diga lo que ha vivido, desahogue todo lo que tiene dentro y recuerde su historia. Sólo en esta manera se puede llegar a una “reconciliación nacional” en un país donde la gente ya no cree en nada. Los recursos son pocos y la tarea realmente difícil. Se han descubierto fosas comunes, en la selva, con doscientos, trescientos cadáveres. Gente sin rostro que hasta ahora nadie (o casi nadie) reclamaba por la represión, el miedo y la necesidad del olvido. Pero no se puede olvidar la historia de un país, vidas humanas, gente que, en un contexto político o social tal dramático, decidió luchar o fue víctima de luchas ajenas.

Los encuentros, los talleres que están organizando en todo el país representan una esperanza para mucha gente. Hay de todos: representantes de las fuerzas armadas, instituciones políticas y sociales, y sobre todo gente común que necesita reconciliarse con su vida y con la vida de su país. Estuve en una mesa sentada con policía, sindicalistas, abogados, profesores de la universidad, jueces de paz. Era increíble analizar el lenguaje que cada cual utilizaba para hablar de lo que más les afectaba.

Las fuerzas armadas ya no podían declarar que “tenían las manos atadas frente al terrorismo” porque se descubrió que las manos las ataban a los militantes cuando los torturaban. Tuvieron que admitir que “se les había escapado la mano” y que fueron fuerzas represivas al servicio del estado.En la ciudad en la que vivo la Comisión de la Verdad tuvo que recoger los testimonios de los familiares y de las víctimas de las violaciones de los derechos humanos. Me uní a ellos para escuchar y para grabar en mi memoria la historia de un país que afecta la sensibilidad de cualquier ciudadano/a del mundo.

Estuvimos en la cárcel entrevistando a los militantes acusados de lucha armada, algunos condenados a cadena perpetua. La secuela de violencias y tortura a las que fueron sometidos era interminable. Manos atadas, ojos vendados, boca llena de arena o de agua, cabeza encapuchada, golpes que llegaban por todas partes, costillas rotas, problemas articulares, perdida de sensibilidad corporal, violencia psicológica, torturas colectivas. Un chico me contó que lo llevaron al mar, ojos vendados, cabeza encapuchada, manos atadas, y mientras intentaban ahogarlo escuchaba los gritos de dos de sus compañeras que los policías estaban violando. Intentó empujar su cuerpo fuera del agua, pero no podía moverse, el horror de la violencia sexual quebrantó su cuerpo, recibió un golpe con un fusil en el cuello y se desmayó.

Estos jóvenes tenían entre los 18 y los 20 años, cuando me habla de su caso pienso en la película argentina “la noche de los lápices rotos”. Él también estaba en el movimiento estudiantil. Fue detenido por el testimonio de un arrepentido que lo acusaba de pertenecer a un grupo armado. Años después el arrepentido volvió a arrepentirse y declaró que el joven era inocente, que él había tenido que firmar una declaración porque lo habían torturado. El joven de entonces me enseña las cartas del arrepentido. Los jueces, los abogados no han movido ni un dedo. Lo condenaron a veinte años de cárcel. Hoy en día ha pasado más de la mitad de su condena en los penitenciarios del estado y lo que pide es justicia.

Otros me han hablado de torturas colectivas: ponían a veinte-treinta personas en un cuarto y torturaban a uno de ellos en el centro de la sala. Oías los gritos de tus compañeros, era una violencia continua, te preguntabas cuando te iba a tocar a ti. E otros: te ponían noche y día en un cuarto pequeño con una música altísima que quebrantaba el oído, no podías soportarla, no podías dormir, descansar, tanto ruido en la cabeza te volvía loco.Y otros: te ponían en un cuarto con otros mil, no había espacio ni para estar de pies, el frío era insoportable, la celda parecía una refrigeradora, no te daban una cama, ni una manta, ni ropa para repararte del frío, pensabas que si cerrabas los ojos ibas a morir congelado.

Y aún: mi hermano estaba acusado de terrorismo. Cuando llegaron a casa no lo encontraron entonces detuvieron a mis padres y los acusaron de “apoyo al terrorismo” porque daban comida a mi hermano y, en esta manera, apoyaban indirectamente la lucha armada. Mi madre la soltaron después de varios años, mi padre sigue en la cárcel.

Cuando regreso a casa pienso en las palabras de uno de ellos: no te puedo demostrar todas las torturas que he recibido, algunas no dejan huellas. Por la noche pienso en las dos chicas violadas a la orilla del mar. Pienso que cuando te viola alguien por la calle por lo menos puedes recurrir a la policía. Pero, cuando son los mismos policías que te violan y torturan, ¿qué puedes hacer? ¿a quien puedes recurrir? Yo también me siento llena de huellas, y nadie me ha quemado un brazo ni me ha colgado a la pared.

Pero hablar de estas cosas puede servir para que no vuelvan a ocurrir. El miedo y el silencio matan todo, incluso nuestros valores, y dejan huellas que nos sangran en el alma. Nadie puede verlas pero cada gota nos duele más que un tormento físico. Canalizar socialmente nuestras tensiones nos ayuda a comprender, si cosas como estas pueden ser comprendida, y volver a creer en la gente, en los valores y en los derechos humanos. Gracias para compartir este testimonio conmigo a nombre de las víctimas y de sus familiares.

 

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