Paesaje.

paesaje

Post n°37 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

Describa un paesaje visto por una anciana cuyo viejo esposo detestable acaba de morir. No mencionar la muerte del esposo.

Es domingo, un día horrible para la gente sola. Nadie que llama y nadie a quien llamar. Se mira al espejo y ve una cara que no reconoce. Muchas arrugas, y ni contar los años que han pasado.

Su cuarto vacío: una cómoda, una cama, un lápiz para escribir algo. Y una una foto de un día feliz de su vida. Se acerca a ella, quiere llorar pero no tiene ganas, mucho lloró en los últimos tiempos; la mira, la observa, tiene ganas de tocarla. Es una mujer linda y joven que está en la playa, sentada sobre una roca, mirando las olas del mar.

 Se acuerda que le gustaba mucho nadar y que se iba a la playa bajo cualquier pretexto, sola o con alguien: pitillos, cervezas, un sándwich para pasar el día. Se perdía mirando el horizonte y nadaba de roca en roca. Le apetecía sentir el sabor del mar en su boca, en su cuerpo, impregnado en su ropa.

El día de la foto fue un día que tiene impreso en la memoria, uno de los tantos, diría, pero fue entonces que lo vio; estaba en un barco, solito, pescando algo. Lo saludó con la mano y decidió alcanzarlo. Nadaba, lo miraba y se emocionaba. ¿Quién hubiera imaginado que pasaría con él el resto de su vida?

Tocó el barco, empezó a moverlo en el agua, él le tendió la mano para que subiera; el sol, el mar, tantas cosas lindas que pasaron entonces. Se iban las horas y el sol bajaba al horizonte: “Me amanecería aquí, charlando contigo” le dijo. “Pero tengo que regresar, mis amigos me esperan”.

¿Volveré a verte?” le preguntó el hombre. “Nos encontramos aquí, en tu barco, uno de estos días. Me esperas en el mar,¿te parece?.”. No quiere recordar lo feliz que fue con aquel hombre que le marcó la vida.

El día de su boda, el viaje a la casa de Neruda; ellos también querían vivir en un barco, se quedaron un mes en la Isla Negra, no querían dejar aquel lugar mágico lleno de olas, de rocas y de recuerdos.

Mira la foto y se mira al espejo. Su vida se paró aquel día en que subió a aquel barco. Se paró porque desde entonces fue otra, nunca se había entregado tanto a alguien, ella que era una mujer tan libre. Y desaparecieron los amigos, los intereses y la vida misma. Se había vuelto una mujer común y corriente, feliz, pero vivía en una ampolla de vidrio.

Se detestaba, pero estaba atrapada. ¿Hay algo que atrapa más que el amor mismo?. Le había entregado su libertad y él la miraba de otra manera. Empezó a dejarla sola en casa y, cuando regresaba, olía a cerveza y a mujeres de otra clase. Nunca tuvo el valor de dejarlo, aunque quiso hacerlo. Empezó a tomar pastillas, malditas pastillas que te duermen el alma; ya no nadaba, no gritaba, ni se lanzaba a conquistar la calle.

Ahora lo busca y no lo encuentra: “¿Dónde se habrá ido?”. Es domingo y no sabe a quién llamar. El cielo es gris, un otoño cualquiera en Lima. Deja las pastillas sobre la mesa, hoy tiene ganas de sentir algo, aunque fueran sus arrugas y sus años perdidos. Se prepara un sándwich y se lleva unos pitillos. Les harán falta cuando mire el mar. Cierra la puerta y se olvida las llaves adentro. No quiere volver atrás. Tal vez llamará a una amiga que no ve desde hace tiempo. Una cerveza, una charla, unos barcos perdidos al horizonte. ¿Se bañará al mar o se irá de viaje? ¿Quién sabe que puede hacer una mujer libre, un día domingo, otoño en Lima, que cierra para siempre la puerta de su casa?

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