Juliana.

Juliana

Post n°21 pubblicato il 26 Febbraio 2009 da viajera67

Juliana.

Eran las siete de la mañana y su auto no arrancaba. Tenía que ir al cementerio a ver a Paco. Pensó en llamar a su hijo pero si él la acompañaba no la dejaría charlar en paz. Las siete y veinte, una lluvia torrencial, un frío que le congela el aliento. Decide llamar a Juan: “hijo, mi auto no arranca, ¿podrías darle una chequeadita?”. “Mamá, son las siete, es domingo.”. “Tengo que ir al cementerio”. “Por un día que no vas, no irás al infierno”. “Tengo que cambiar el agua a las flores de tu papá”. “Con esta lluvia nadie se dará cuenta”. “Por favor, hijo”. “Me alisto y te alcanzo”.

Unos quince minutos más tarde: “Juan, ¿me prestas tu auto?”. “¿Tanta prisa tienes? Espera un momento.” “A las ocho empieza la misa”.”Es la de siempre, mamá”. De repente suena el celular: “¿Sí?… Soy yo, ah, Señor Paco, mucho gusto. Sí, una complicación con el auto, nada grave, dentro de poco voy para allá”. Clic. “¿Quién era? ¿El cura?”. “No, era un amigo”. “¿Un amigo?.¿Y qué quería?” “Charlar.” ¿A esta hora? ¿Y dónde?”. “En el cementerio. “¿Por eso tanta prisa, ¿eh?, A tu edad…”. “No soy tan vieja, hijo”. “Eres viuda, mamá”.

Por fin, el auto arrancó y la señora a toda velocidad se dirigió hacia el cementerio. ¡Vaya Juan! No hacía falta que le recordara su edad, la muerte de su esposo y los chismes de todo el pueblo. Se miró al espejo, se estiró la cara, si no tuviera arrugas le quitarían unos añitos. Llegó al cementerio, paró el auto y se arregló las cejas. Necesitaba ver a Paco.

“¡Juliana! ¡Gusto verte, temía que no llegaras! ¡Este corte de pelo te queda divino!”. “¿No te parece exagerado?” “Para nada, mi vida”. “No hables así que todo el mundo nos mira”. “¿Almorzamos juntos?”. “Espera, tengo que cambiar el agua a las flores”. “¿Con esta lluvia? Bueno, mujer, no me meto en tu vida.”

Juliana se dirigió al patio central, había poca gente, pero se sentía observada. Pensó en su vida, en la vida pasada al lado de un hombre que nunca la invitó a dar un paseo por la playa. La felicidad era ver crecer a sus hijos, arreglar la casa, chismosear con sus amigas. Cambió el agua a las flores con el cuerpo manchado de lluvia. Miró la foto de su esposo, guapo, hace cincuenta años pensaba que era el hombre de su vida.

Le sonó el celular, era Juan: “Dime hijo”. “Mamá, te esperamos en la casa de campo para almorzar”. Silencio. “¿Mamá?, ¿Dónde estás?”. “En el cementerio”. “¿Todavía?”. “Hijo, dejémoslo para otro día, hoy prefiero descansar”. “¿Estás sola?”. “!Claro que sí!”. Su hijo nunca la invitaba a comer a su casa, menos el domingo. Quería alejarla de Paco, no soportaba verla feliz.

Se dirigió hacia su auto, allí estaba el hombre que la esperaba. “¿Entonces? ¿Qué planes?”. “Llévame donde quieras, tengo día libre”. “Así me gusta, mi vida”. En el auto Paco le sonrió, le tocó la cara, luego la pierna. “Estás muy guapa, Juliana”.

A las ocho de la tarde regresaron a recoger el auto. El cementerio estaba cerrado, ya no podían. Juliana se sintió culpable y feliz como una niña. Había pasado un día divino, ¿cómo olvidarlo?. “¿Me llevas a la playa, Paco?”. “¿A la playa? ¿A esta hora? ¿Y si vuelve a llover?”. “¿Qué más da? ¡Con lluvia o sin lluvia la playa es linda igual!”. “¿No habías quedado con tu amiga?”. “La llamaré luego. Estoy harta de soñar la vida, hoy deseo vivirla.” “¿Segura?”. “Anda, arranca el auto y vamonos de aquí”.

Alguien los vio partir a toda velocidad. Se cuenta que Juliana nunca más volvió a cambiar el agua a las flores de nadie.

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