Carmen.

Carmen

Post n°9 pubblicato il 24 Febbraio 2009 da viajera67

 Carmen llegó corriendo a su clase. La vislumbré detrás de la puerta, en el pasillo. El profesor ya había pasado lista y empezaba a explicar Nietzsche y Shopenahuer. Carmen tenía miedo: de entrar tarde, de retrasar sus estudios, de dejarlos para siempre. Iba a ser madre, una niña como yo, no hace mucho jugábamos juntas en el parque de la ciudad.

Tocó la puerta, el profesor la miró de reojo, interrumpió su clase, la hizo pasar. Carmen se sentó en la esquina, en silencio. Ya no buscaba mi mirada, algo se había roto entre nosotras desde cuando empezó a salir con aquel muchacho. Nadie lo soportaba, había dejado a varias chicas embarazadas, no tenía trabajo y, encima de todo, la belleza no era su punto fuerte.

Todo el mundo miraba la barriga de Carmen, y pensaba: “¿Te habrá gustado, eh? ¿Cuántas veces lo habrás hecho?” Quería proteger su alma, su cuerpo, abrazarla como cuando su padre se enteró y le pegó: por la plata que no alcanzaba, con violencia, por su vida destrozada.

Pero entonces Carmen era fuerte, pensaba irse a vivir con él, acabar sus estudios, buscarse un trabajo. Lo amaba y confiaba en aquel hombre con cara de niño.

Un día la vi triste, no le pregunté nada pero sabía que no era su padre el que la estaba matando por dentro. “¿Conoces a alguien que..?”. Me preguntó. “No, Carmen, tu barriga es demasiado grande. Tienes que seguir adelante”. Odió mi barriga plana, mi vida rebelde y la frescura de mis años. Su cuerpo ya no era el de antes; entregado por amor y, noches tras noches, violado por pasión. Él se había ido, no hacía falta preguntar nada.

¿Cómo te sentías, Carmen, en aquellos días? ¿Por qué no me buscaste?. Tus notas empezaron a bajar, tu cabeza estaba en otro lado. No sabía cómo acercarme a ti, mi vida era la de siempre. Mis clases, los paseos en el parque, los juegos de niña.

Sabía que lo extrañabas cuando dormías sola, por las noches; y cuando despertabas por las mañanas, y te dirigías al hospital. Te miraba de reojo en la clase de filosofía. Quería saber cómo estabas, cómo te iba todo. De repente un milagro: te levantaste con toda tu barriga, miraste al profesor y te dirigiste a la clase. Tenías exposición oral, la vida y las obras de Marcuse, un tema difícil.

Empezaste a hablar, te miraba a los ojos: anda, Carmen, no te detengas. El nazismo, el hombre unidimensional. Sigue, Carmen, por favor. Eros y civilización, la crítica del lenguaje. Un silencio de tumba, no volaba una mosca. Te estabas jugando la carrera, no podías seguir así, perdida en la nada. Finalmente la sonrisa del profesor: muy bien, Carmen, has hecho un buen trabajo.

No sé por qué pero mis manos se movieron solas, estaba muy tensa, explotaba de felicidad. Un aplauso fuerte. Lo conseguiste, Carmen, la niña será linda como tú, acabarás la carrera. Carmen sonrió, era la primera sonrisa verdadera que le salía después de tiempo. Voltéate, Carmen, necesito verte. Pasaron los minutos y nada, luego buscaste mi mirada, me sonreíste y todo volvió a ser como antes.

 

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