Secreto.
Lima, mayo del 2005.
Describa un diálogo entre dos personas que tienen un secreto. No revele el secreto pero haga que el lector lo intuya. Propósito es dar a los personajes la libertad de hablar.
Recibí un día una llamada de Roberta, mi mejor amiga: “Hola Carla, ¿Qué tal?” . “Roberta, ¡Qué sorpresa! ¡Hace un siglo que no se’ nada de ti! Cuéntame: ¿cómo estas? ¿Cómo te van las cosas?”. “Bien, amiga, te doy una noticia de primera: ¡El próximo mes me caso!”. “¿Te casas? ¡No me lo puedo creer! De veras, me has dejado helada. ¡Sabía que estabas con alguien pero no creía que fuera para tanto! Cambian las cosas, ¿eh?” “Claro qué cambian. ¡Ahora faltas sólo tú!” “Tampoco te pases. Dime: ¿Quién es el afortunado? “Es Franco, lo conoces!” “Francoooo?”. “Sí, Franco! ¡El que tiene la ferretería al lado de la casa de tu mamá!”. “Ah, no, amiga, ¡Ustedes están locos!”. Y ¿cuándo es el día de la boda?”. “Es el 24, ¿estarás?”. “Creo que sí, pero no cuentes conmigo. Sabes que en agosto siempre me voy de viaje. “. “Sola o con alguien?”. “Curiosa, ¿eh? . Dime: te casas por la Iglesia?”. “Ahí no!. ¡Hasta allí no llego! “Bueno, ¡a esta altura! Ya que cambiaste…”. “Hay cosas que no pueden cambiar, lo sabes”. “¿Cómo qué?. “Dejémoslo…”. “Te felicito, en todo caso. ¿Y le jurarás amor eterno?”. “Sí”. “ Me parto de la risa”. “De veras, amiga. No sabes cuanto me encantaría que estuvieses aquí, conmigo…”. “Si lo dices por la boda tal vez. Pero no te prometo nada”. “Un abrazo muy fuerte”. “Otro para ti”.
Me quedé sola, pensando en Roberta y Franco, a dos grandes amigos de mi infancia. Llevaba tiempo sin verlos, y ahora la noticia de su matrimonio. No sabía si alegrarme, reírme o preocuparme. ¿Roberta sabía de lo de Franco?.
Franco e yo fuimos amigos, cómplices, alguna vez intentamos incluso ser amantes, pero no lo conseguimos. Franco no podía estar con ninguna mujer y abrazándome me decía: “Si no puedo estar contigo no podré estar con nadie”. Yo le aconsejaba dejar el pueblo y vivir en una gran ciudad. Pero él tenía miedo: a sí mismo, a su familia, a todo lo que la gente imaginaba de su doble vida. Algunas veces vino a verme en la ciudad en la que estudiaba, en el norte de nuestro país. Allí se sentía libre y feliz: podía seducir a los hombres por las calles, acostarse con alguien que le gustaba, bailar toda la noche en una disco de “ambiente”. Todavía me acuerdo de la última vez que lo vi, cuando nos tomamos un café en un bar de la plaza. Me dijo que quería cambiar ambiente, dirección, estilo de vida. Sentía el peso de los años, y ya no podía fingir más. Su sueño era irse a vivir con un hombre, comprar pantuflas y cortinas para la casa, prepararle la cena el domingo por la noche. Estaba harto de hipocresías, su padre lo presionaba mucho porque quería un nieto, él no podía sostener su mirada, quería irse lejos, desaparecer, no escuchar tonterías sobre su vida privada.
¿Qué había cambiado en él? Me acababa de enterar del matrimonio con mi mejor amiga. ¿Tenía o no el derecho de entrar en sus vidas? ¿Y si Roberta sabía y lo aceptaba? ¿O si no lo sabía y Franco la engañaba? Busqué el teléfono de Franco, tenía que enterarme de lo que le estaba pasando; yo fui su única cómplice durante años. Tal vez estaba solo, desesperado y estaba dispuesto a renunciar a su vida privada. ¿Quién sabe?. Lo llamé:
“Hola Franco, ¿Qué tal? “Carla! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estas?”. “Aquí, en mi casita, extrañándote”. “Yo también te extraño mucho”. “Cuándo vienes a verme?”. “Ya no se’, tantas cosas han cambiado”. “Ya me enteré. Me acaba de llamar Roberta, tu novia”. “Estamos súper bien juntos”. “Me imagino, pero no creía que ibas a llegar hasta el matrimonio. Franco, ¿estas seguro de lo que haces?”. “Cuando converso contigo no tanto”. “Aquí acaban de abrir unas discos de ambiente que te volverían loco”. “No me digas, que me muero de ganas. Contigo no puedo mentir. No sé que hacer, Carla. No me juzgues. De veras, ya no podía seguir así. Estaba perdiendo todo: mis padres, mis amigos, mi vida misma. Con Roberta todo fue diferente.”. “Me imagino. Pero… ¿ella sabe?”. “Mas o menos”. “¿Cómo que más o menos?”. “Creo que sabe y no pregunta nada. Mis padres la adoran…” “¿Y esto que importa? Estamos hablando de tu vida, Franco. No puedes engañarla así.” “¿Tanto te importa ella?”. “Sabes que no soporto el engaño”. “ ¿Estuvieron juntas?”. “Ni me acuerdo, fue hace siglos”. “ “Nunca me lo dijo pero me imaginaba.” “Éramos niñas y ella mi mejor amiga”. “Así empieza todo, ¿no?. “ ¿De veras se casan? ¡No me lo puedo creer! “Tienes que creértelo, así están las cosas”.
Me quedé mirando mi cuarto. Pensé que tal vez no tenía derecho a ir al matrimonio, dudando de sus sentimientos. Ninguno de los dos tenía ganas de hablar de sus vidas anteriores. Y me preguntaba: ¿Tenían vida anterior o habían empezado, juntos, una vida nueva? Pensé en llamar a Roberta pero… ¿para decirle qué? ¿Que lamentaba mucho haberme ido y que ahora podía ayudarla a escoger su vestido de boda? Y ella: ¿hasta cuando esperó mi llegada? Tal vez ahora estaba feliz como nunca lo fue con nadie y no tenía derecho a romper su equilibrio. Vivir en un pueblo y no casarse era como tener encima la mirada de todos. Llevaba años sin verlos y, de repente, sus vidas cruzaron la mía. Fue un día, nada más, porque decidí respectar las apariencias y presentarme al matrimonio como la mejor amiga de los esposos. Fue un día feliz, quien puede negarlo.
Han pasado unos años y ahora tienen una niña que se llama Alexandra, que me llevo de paseo cuando voy a visitarlos. Hay partes oscuras de nuestras vidas que todavía no tocamos. Solo cuando nos despedimos todo se vuelve un poco ambiguo: “Estás muy linda” me dice Roberta, “Tu también” “Te acuerdas de acuella vez en la playa cuando tú y yo… “ “No me digas esto que acaba de llegar tu marido con la niña” “No me cortes… ¿Has visto este rubio que pasa por la calle? Es muy guapo, ¿te parece? ” “¿Es tu amante? “ “Creo el de mi marido, es mas bien su tipo. Espera, se lo preguntamos…”. No, prefiero no saber nada.
Los abrazo y regreso a una gran ciudad, donde escogí vivir. Es fría e impersonal, a veces me espanta. Pero aquí, armándose de valor, las cosas se pueden llamar por su nombre. Tampoco es fácil pero no tengo ganas de llamarlas de otra manera. Es el precio de la libertad. Regreso a mi pueblo de vez en cuando, para ver como crece la niña. Con dos padres así seguro que podrá escoger un futuro mejor.