Paseo por las calles de Lima, veo a niños que venden, mujeres sucias y embarazadas, ancianos pidiendo limosna. Esta es mi ciudad o, mejor dicho, la ciudad en la que escogí vivir, no sé si para algunos años o para siempre. Tú no estás aquí, ahora. Vives en el otro lado del mundo, un mundo que conozco y que me pertenece, pero que ahora está lejos de mí y cerca de vos. ¿Cuánto tiempo pasará para que nuestras vidas se vuelvan a cruzar? Un año, dos tal vez, en todo caso una eternidad.
Vine aquí para huir de mi mundo y, ahora, no quisiera huir de vos. Nuestras miradas se cruzaron, por primera vez, en el sur de nuestra tierra, en el norte de nuestro mundo. La belleza de tu dolor me atrapó, pocas palabras y el deseo de volver a verte.
Y la suerte quiso que esto sucediera, pero volviste a huir: de mí, de vos y de lo que nos atrapaba. Un ultimo intento unas semanas más tarde, y por fin entendí que el miedo había paralizado nuestros cuerpos, pero no nuestros deseos. Fu una noche de luna llena, estaba en tu casa, no sé cómo había llegado hasta allí, y te pedí que te acercaras. Dijiste que sí pero tu cuerpo no se movió; el mío tampoco.
Entre nosotras un cenicero lleno de colillas, una barrera entre tu mundo y el mío. ¿Quién lo iba a quitar?, ¿Tú o yo?. Lo quité yo pero tampoco te acercaste, cinco minutos de pánico que me quitaron el aliento.
Ahora te escribo desde el sur de nuestro mundo, desde un país llamado Perú, una tierra salvaje. Aquí todo es diferente, no sabría explicarte cómo, pero, ahora más que nunca, quisiera perderme en tus ojos y amar cada rincón de tu alma.