Madrid, octubre del 1998.
Te veo desde lejos. No me acerco. Quiero saludarte. Quiero decirte que no me importa que no te levantes, que no me importa que no quieres perder lo que tienes, que no me importa que no me llames. Te quiero. Mi vida tiene el ritmo de tus pasos, el sabor de tu sonrisa. Sé perfectamente que me quieres, aunque no me lo demuestres. ¿Es necesario demostrármelo? Tus ojos siempre me han hablado de miles de batallas, ganadas y perdidas, que nunca combatimos juntas. ¿Por qué arriesgarse a perder lo que se tiene por algo qué no se sabe?, ¿Por algo que podría ser y que nunca fue? No tenemos que demostrar nada a nadie. Sé que te importa de mí. Lo sé. Aunque no me lo demuestres yo lo sé.
Me derrumbaste en la batalla más dura, en la batalla que combatí contra mi misma. Y ganaste. Con el temor de perder lo que tenías me ganaste. Fuiste mi maravillosa “caballera inexistente”…
“el caballero inexistente es una historia sobre los distintos grados de existencia del hombre, entre la relación entre existencia y conciencia, entre sujeto y objeto, sobre nuestra posibilidad de realizarnos y de establecer contacto con las cosas…”
Calvino me habla de ti. “La voz del caballero Agiulfo llegaba metálica desde dentro del yelmo cerrado, y es que, en efecto, la armadura estaba hueca…”. ¿Y cuando se descubre una armadura está hueca qué se hace? ¿Se le pide que te llame? ¿Se le pide que se levante? ¿Se le pide qué te ayude a encontrar trabajo?
Una armadura hueca te da lo que te puede dar. Te da el sueño de vivir una gran batalla, una gran lucha, una gran historia de amor, te da la ilusión de una vida que podía haber sido y que nunca fue.
He llegado desde lejos sólo para que me invites a una coca-cola. No hace falta que te explique nada. Tú sabes lo que tienes que hacer. En esta coca-cola están concentrados todos mis sueños de lucha y de libertad. Todos mis sueños de amor para ti. ¿O no lo sabes, piba?
No hace falta leer a la historia del sicoanálisis universal para saber que cuando uno pide algo quién lo tiene, lo tiene que dar. Sin más. Cuando me conociste me invitaste a algo que tu tenías y que yo necesitaba. ¿O no te acuerdas, piba?
Ahora puedo comprarme una botella de coca-cola. La puedo beber sola, la puedo beber con alguien. Sé que un día la bebí contigo. No tengo miedo de perder esta coca-cola. Tengo sólo miedo de perder el verde de tus ojos.
Te veo desde lejos. Quiero saludarte. Quiero decirte que no me importa que no te levantes. Sé que me quieres. Aunque no te levantes sé que me quieres. He llegado desde lejos para ver el verde de tus ojos, sentir el sabor de tus labios y para beber una coca-cola contigo… ¿o no lo sabes, piba?