Entramos en un sitio de ambiente. Aurora toma asiento justo donde un día te sentaste tú, cuando todavía me mirabas con “sangre en los ojos”. Pero esto fue hace un siglo. “¿Quieres qué nos pongamos en la mesa de al lado?”. “No, Aurora, no importa”. Le enseño tu carta, Aurora me sonríe: “¿Por qué no subió a aquel tren?”. “¿Quién?”. “Tu amiga”.”No sé, Aurora, no sé”
Aurora, cuarenta y tres años, vente pasados en la cárcel, catorce meses de huelga de hambre. Me habla de su historia de vida, de su compañera que todavía está en la cárcel: “Tengo miedo de que cuando salga no esté acostumbrada a verla en la calle, a cogerle de la mano, a darle una caricia, un beso…
Ahora puedo verla una vez al mes, tenemos un “vis a vis” de dos horas. Nos preparan una habitación con cama. Concentro mi deseo en estas dos horas de visita. La veo, la abrazo, tengo un poco de intimidad con ella y las dos horas ya han pasado. Tengo que volver a mi casa, coger el autobús, regresar a Madrid y esperar otro mes más para estar otras dos horas con ella…
Y pienso, pienso no haberle dado lo suficiente, no haberle dicho lo importante. Entonces tengo que escribirle una carta, esperar una respuesta. Pero lo que quiero es tocarla, pasear con ella, abrazarla por las mañanas…
Discutimos mucho, ella y yo: por carta, por teléfono, en la cama. Ella lucha para la independencia vasca, es de la ETA, para mí es prioritaria la lucha de clase. Luego, no sé, otras cosas. Cuando ella salga yo quiero seguir luchando, a ella tal vez le apetezca llevar una vida “normal”, pasar más tiempo con su familia, con sus amigos. Yo no estoy preparada para esto…”
“¿Cómo pudiste aguantar catorce meses de huelga de hambre?”. “La cárcel es una lucha cotidiana segundo por segundo, instante por instante. Estuve catorce meses en la cama: catorce meses sin levantarme, sin leer un libro, sin darme una paseo con mis amigas. Cuando me pusieron de pié, me mareé. No estaba acostumbrada a la tridimensionalidad. En la cama todo me parecía tan inmensamente grande. Yo me sentía tan inmensamente pequeña. Mi cuerpo era pequeño…
Nos alimentaron a la fuerza, no podían permitirse otros muertos en huelga de hambre”. “¿Y en que pensabas durante todo este tiempo?”. “No sé, la cabeza daba vueltas y vueltas. No me acuerdo en que pensaba, ¡ah, sí!. Pensaba en los otros compañeros en huelga de hambre. Los sentía muy cerca en la lucha”
“¿Cómo fue que tomaste la decisión de entrar en una organización armada?”. “No sé, estaba acostumbrada a la lucha social. A los catorce años empecé a trabajar en una fábrica, me daban asco los dueños, no soportaba la miseria de la clase obrera. La cosa que me pesó muchisimo en la clandestinidad fue la condición de aislamiento en el que teníamos que vivir. De repente tuve que abandonar a mis amigos, a mis compañeros. Cuando veía desde lejos una manifestación no podía acercarme. ¡Esto fue horrible!…”
“¿Pensaste en algún momento en abandonar la lucha?”. “¡En ningún momento!”. “¿Tuviste miedo?”. “Era la responsable militar del grupo armado. ¡Era la única mujer en España y probablemente en Europa a tener un cargo político y militar tan alto! ¿Tenía miedo?. ¡Sí que lo tenía!. Por mí, por mis compañeros. Cualquier acción podía costarnos la vida…
“¿En la cárcel tuviste otras historias con mujeres?”. “No fue simple!. Pasé los primeros diez años en pensar en mi identidad sexual. Siempre me habían gustado las mujeres pero tenía otras prioridades. Antes de la vasca tuve una historia con una mujer, pero era muy joven y no tenía las cosas claras. Ahora estoy mejor, con la vasca estoy mejor. La conocí en la cárcel, paseábamos juntas durante las horas de aire. No me atrevía ni a cogerla de la mano, luego nos encerrábamos en los baños a vivir nuestra intimidad. Bonito, ¿verdad?
Una noche, en la calle, caminando hacia mi casa, vi una pareja de chicas que se tocaba y se daba besos con absoluta tranquilidad. Volví feliz a mi casa. Pensé qué era posible vivir lo que se deseaba. La cosa que no me explico es por qué tu amiga no subió a aquél tren”. “No lo sé, Aurora, no lo sé. Y no vuelvas a preguntármelo que no lo sé.
¿Y tú por qué subiste a aquel tren?” “¿A qué tren?”. “Al tren de la lucha armada”. “No sé. Aquél tren se me paró adelante, tenía que tomar una decisión rápida. Aquel tren podía irse sin mí y sin muchos más. Esto habría cambiado poco en la historia del movimiento revolucionario español, pero habría cambiado mucho en la historia de mi vida…
No fue simple. Tenía dudas, miedos, tenía una hija, una vida en la calle. Pero aquél tren me miraba, esperaba una respuesta, una respuesta rápida…” “¿No piensas que pagaste un precio muy alto para haber subido a aquél tren?”. “Desde un punto de vista personal sí, pagué un precio altisimo!. Pero el sistema, cualquier sistema, tiene que imponer precios altos a toda la gente que no se conforma, a toda la gente que lucha para realizar sus sueños. No opinas lo mismo, Paquita?…